lunes, 16 de julio de 2018

Leyendas del Cristal: Lylth 01


Lylth Whitewings
Capítulo I: La Noche Estrellada

Aquella noche estaba en su cama con la lámpara encendida leyendo un pequeño libro de cuentos de hadas. Siempre le habían gustado, y leerlos en la cama era el único momento en que sus padres no le decían nada. Tenía por aquel entonces ocho años recién cumplidos, y su prima Ella le había regalado ese libro, porque ambas compartían la pasión por la literatura fantástica.

De repente, se quedó completamente quieta y levantó la mirada. Su cuarto era pequeño, pero muy acogedor, y eso era suficiente para ella. Tenía un escritorio con un pequeño ordenador de donde surgía una suave música de orquesta con un fondo de pantalla de imágenes de dibujos animados. Las mesitas de noche y el baúl hacían juego con el enorme armario, ya que todos estaban pintados de un color salmón muy agradable a la vista. Por el suelo podían verse varios peluches de distintas formas, desde antiguos móguris de la serie ``Kupiz el aventurero´´ hasta un enorme chocobo gigantesco que era más grande que la niña justo debajo de la ventana. Los libros estaban bien ordenados en las estanterías, y la cama individual tenía una colcha roja donde estaba sentada la niña de cabellos rojos y ojos verdes con la pupila en espiral. Pero lo que le estaba preocupando no era su cuarto desordenado, si no un sonido que había escuchado. Y de repente cerró el libro de cuentos y lo guardó bajo la manta mientras abría un segundo libro sobre historia de la comarca justo en el momento en que se abría la puerta de su habitación.

-Lylth Whitewings. ¿Qué hora crees que es?

Por la puerta entró una mujer algo alta, con largos cabellos rojos atados en una trenza y unos grandes ojos verdes con pupila en espiral, igual a los de la niña. Llevaba puesto un jersei color cáscara de huevo y unos pantalones negros. Tenía un rostro serio, pero su sonrisa era muy amplia mientras caminaba hacia la niña con los brazos en jarras.

-Pero mamá, estaba leyendo sobre la época de la guerra civil entre Balamb e Iniclos. -Dijo la niña haciendo un puchero. -Es un tema fascinante.

-Hija, no hace falta que me digas esas cosas. -Respondió la mujer sentándose en la cama delante de ella, metiendo la mano bajo las sábanas y sacando el libro de cuentos. -¿Qué historia estabas leyendo?

Se mordió el labio algo incómoda. Sus padres eran Al´bheds, igual que ella, pero su padre era muy estricto y un devoto seguidor de la Iglesia de Minerva, a tal punto que ni siquiera los cuentos de hadas eran permitidos en su presencia. Pero su madre era mucho más accesible, aun cuando no era tan devota. Ambos eran doctores en la norteña ciudad de Iniclos, en la capital, pero eso no impedía que fueran a la iglesia cada domingo, o que antes de cada comida su padre levantara una plegaria a la gran diosa Minerva dándole gracias por los alimentos.

-Estaba leyendo la historia de Richard, el Caballero de los Dragones. -Contestó Lylth algo cohibida.

-Mañana el señor Enderson me ha prometido que me conseguirá el libro de ``El Periplo del Rey Maldito´´.

-Oh. ¿Ya salió el octavo libro de Erdrick Lotus? -Preguntó su madre sonriente. Ante el asentimiento extrañado de la niña, ella rió. -Yo también he leído a Lotus, tiene historias maravillosas, aunque tu padre no aprueba mucho que me guste eso. Dice que la fantasía no es más que la tentación de la diosa de la discordia, Última, para evitar seguir las enseñanzas de la Blanca Minerva. Pero yo creo que los aventureros de nuestro mundo se encuentran esas cosas y más. -Dejó el libro en la mano de Lylth y la besó en la frente. -Mañana, si quieres, después de que compres el libro con Enderson, te dejaré la trilogía de Zenithia. Es muy buena, de los tres libros, el segundo es mi favorito desde que tengo memoria, y el primero te deja con muchas dudas.

-¿De verdad? ¿Y si papá lo ve?

-No te preocupes, yo hablaré con él. -Sonrió y volvió a besarle en la frente. -Ahora, hay que apagar la luz, son casi las once de la noche y mañana tienes colegio.

-Sí mamá. -Contestó la chica echando los libros debajo de la cama. Tomó la manta y se la echó hasta el cuello. -¿Mamá?

-¿Si cariño?

-Te quiero mucho.

-Y yo también a ti. -Le dijo su madre antes de cerrar la puerta.

Suspiró fuerte, y caminó hacia las escaleras. Su hija no se merecía una vida tan cerrada por parte de su padre, pero su marido no iba a permitir cambiar. Toda su vida había sido así, y a estas alturas era muy difícil de hacerle ver que la religión no era la única solución.

Bajó las escaleras y entró en el salón, donde Maxwell, su esposo, estaba sentado en el sofá viendo un programa de entretenimiento. El alto al´bhed tenía el cabello bien cortado, de color rubio, y ropa cómoda para estar en su hogar, además de que sus ojos eran fieros y afilados, pero compartían el color de su esposa y la curiosa pupila. Al entrar la mujer, este la miró.

-¿Está dormida ya?

-Casi, estaba estudiando un rato antes de ir a dormir. -Contestó ella sentándose en el sofá de enfrente. -Max, tenemos que hablar.

-¿De qué? -Preguntó su marido tomando un sorbo de una pequeña botella de agua. -¿De esa predilección que tiene tu hija sobre las fantasías irreales y las mentiras para mentes ingenuas? ¿Es de eso de lo que me quieres hablar?

-Precisamente, y de tu forma de expresar tu descontento hacia esas historias. -Respondió ella soltando un fuerte suspiro.

-Patricia, hemos hablado muchas veces de esto. -Dijo Maxwell dejando la botella en una pequeña mesita a su lado. -Ese no es el camino de Minerva.

-¿Por qué estás tan seguro? -Preguntó la madre de la niña echándose hacia el respaldo del sofá. -Los cuentos de hadas son metáforas para la gente, para aprender mientras se divierten.

-No empieces con tus psicologismos ahora, amor. -Repuso molesto el hombre. -Sabes que no lo soporto.

-Es increíble que un hombre de ciencia tan importante en Gembu crea a capa y espada en la doctrina de Minerva. -Empezó a hablar Patricia. -Somos al´bheds, mi amor. Y Minerva solo le da su consentimiento a los humanos.

-Los al´bheds solo somos humanos un poco más evolucionados. -Empezó a decir él. -Los últimos estudios del genoma humano han demostrado que descendemos de una misma línea.

-Si, igual que los Selkies y los Mithra, pero eso no significa que vengamos de los humanos. -Repuso Patricia. -La historia nos ha dado la respuesta hace veinte años con el descubrimiento de los Incetra.

-Precisamente, y los Incetra tienen forma humana.

-Amor, nunca vas a aceptar que estás equivocado. -Cortó la mujer seria. -Ni que puede haber otra cosa. Pero no se lo hagas pagar a tu hija, por favor.

-¿Qué quieres decir?

-Tu hija te tiene miedo.

-No digas tonterías.

-Te tiene miedo. -Repitió la mujer. -Y todo porque no le dejas leer cuentos de hadas, o ver dibujos animados de los que le gustan.

-Patricia, hemos hablado muchas veces de esto. No me gusta nada que la niña crea en fantasías y cuentos de hadas, le embotan el cerebro y no le dejan ver el camino hacia la Diosa Blanca. -Repuso el padre, molesto.

-¿Y porqué no vas un rato con ella y le demuestras que no existen las hadas, las sirenas y los dragones? -Preguntó ahora molesta la mujer.

El hombre se quedó en silencio, y suspiró fuerte.

-Bien, tú ganas. El sábado iremos de campamento. ¿Te parece bien?

-¿Dónde iréis?

-Iremos al pequeño bosque al norte, donde está el lago helado.

-¿Por qué ahí?

-Porque se dice que ahí vive un espíritu maligno. -Explicó el hombre levantándose. -Según la leyenda sale por la noche. Si tu hija está ahí para ver que no sale nada, entenderá la verdad.

-¿Y cómo sabes tu esa leyenda? -Preguntó perspicaz Patricia, y Maxwell se dirigió a las escaleras para ir a su habitación.

-Hay que saber qué piensa el enemigo.

*.-.*.-.*.-.*.-.*

-¿Lo lleváis todo?

-Si mamá.

-¿Cepillo de dientes?

-Aquí.

-¿Mantas para la noche?

-Todas ellas.

-¿Comida enlatada?

-Y también una olla. Lo tenemos todo, Patricia.

-Bien, entonces id con cuidado. ¿De acuerdo?

Lylth llevaba una gran mochila y un abrigo grueso. En aquella época en Iniclos no hacía tanto frío como era lo normal, pero aún así era un tiempo helado que si no se llevaba bien podía costar la vida, o al menos la salud, de la gente. Su cabello rojo estaba cubierto por un gorro de lana blanco con bordes rojos, y su abrigo tenía los mismos colores. Su padre llevaba algo similar, pero con colores más oscuros. Estaba tirando de ella, encima del trineo, llevando a la niña y la mochila llena de objetos, listos para acampar.

Saludaba a la gente que se encontraba, pues la conocían desde siempre, y Maxwell parecía estar contento, con una sonrisa en los labios. Su padre le preguntó sobre la escuela, y ella le explicaba cómo había vuelto a ser la primera en los últimos exámenes.

-Eso está muy bien, cariño. -Dijo su padre al terminar de explicar el exámen. -Estoy muy orgulloso de ti, pero recuerda que la escuela es solo un paso más para la comprensión del universo.

-Si papá.

-Tienes que empezar a leer con más frecuencia el Grimorio del Abismo. -Continuó su padre mientras caminaban por la nieve. -Dentro de ese libro vienen todas las respuestas, solo hay que saber leerlo.

-Pero papá. ¿No es similar al Gran Grimorio de Suzaku? -Preguntó la niña con curiosidad. Su padre la miró extrañado.

-¿A qué te refieres?

-Hace poco, en las clases de ética y moral, me pidieron hacer una redacción sobre las diferencias entre ambos libros sagrados. -Explicó Lylth tomando un poco de nieve, sin bajarse del trineo, y la empezó a hacer una bola. -Según la maestra Pepper, era para que comprendiéramos mejor la historia que nos ha precedido.

-Bueno... no es igual. -Dijo su padre con una sonrisa tranquila, mirando de nuevo al frente. -El Gran Grimorio de la religión de Suzaku no es más que una burda imitación de nuestro Grimorio del Abismo. Si te fijaste, casi todo es igual.

-Es cierto, pero... ¿Sabes? Encontré algo curioso.

-¿El qué, hija?

-Para hacer bien esa redacción, fui al templo de Minerva al sur de la ciudad.

-Oh. ¿A la gran catedral?

-Si. Allí hay muchos libros. Y busqué. Resulta que el Gran Grimorio y el Grimorio del Abismo surgieron casi al mismo tiempo, según fuentes teológicas fidedignas. -Explicó la niña lanzando la bola hacia su padre, que la esquivó.

-Oye. ¿Quieres empaparme ya tan pronto? -Preguntó riendo el hombre. -¿Y qué más encontraste?

-Según esos estudios, es muy posible que el Gran Grimorio date de antes que nuestro Grimorio del Abismo. -Explicó la niña balanceándose en el trineo. -Pero claro, eso se explica por los libros más antiguos que se han encontrado, que son el Gran Grimorio de la capital de Suzaku y el Grimorio del Abismo que está en la sede de la religión minervana en Midgar.

-Entonces... ¿Crees que los de Suzaku fueron antes que nosotros?

-No estoy segura. Las pruebas dicen que si, pero la religión minervana es mucho más extendida que la politeísta de Suzaku. Es extraño, es como si... -Pero la niña se quedó callada.

-Puedes continuar. -Dijo su padre mirándola, mientras se detenían. No estaban muy lejos del lago. -No me voy a enfadar.

La niña lo miró con dudas, pero tragó saliva antes de hablar.

-Bueno... Es como si alguien no quisiera que se sepa más del pasado. Como si no les interesara que la gente lo sepa.

-¿Te refieres a un complot o una conspiración? -Preguntó levantando las cejas Maxwell, a lo que la niña asintió. -Bueno, no es una idea descabellada.

-¿Qué quieres decir, papá?

El hombre se puso a caminar de nuevo, ya casi al lado del bosquecillo. La niña no quería que su padre se enfadara, así que no dijo nada hasta que él volvió a hablar.

-A veces, la gente no debe saber según qué cosas. -Explicó su padre sin mirarla. -Hay conocimientos que no están hechos para el común de los mortales.

-¿Cómo las técnicas genéticas que usan en Fígaro?

-Es posible. Sin embargo, hay organizaciones que saben que esa información es peligrosa.

-Como la Iglesia de Minerva.

-Exacto, como la Iglesia. -Respondió Maxwell asintiendo. -Has de entender que, si la gente supiera todo lo que sabe la Iglesia, se volverían locos. Por eso es posible que algunas informaciones no hayan salido a la luz.

-Pero papá... eso se llama ´´Censura´´. ¿No es así?

-No cariño, se llama ´´proteger al prójimo´´. Y ya hemos llegado. -Dijo deteniéndose.

El bosque era pequeño, rodeando un lago no muy extenso que se había congelado miles de años atrás. El lugar era muy hermoso, tranquilo, y un lugar muy apacible para acampar siempre que estuvieras listo para el frío de la mañana. Lylth se bajó del trineo y llevó la mochila hacia la sombra de unos árboles, ya que si nevaba era mejor tener otra cubierta, y su padre preparó una zona del suelo para que la nieve no molestara, y pusieron la tienda. Era una de estas modernas, que podían montarse con dos movimientos, pero la tela superior para evitar lluvias y nieves debían ponerla entre ambos. Después de eso, tomaron algo de madera, la secaron con un secador a pilas e hicieron un fuego para cuando sea la hora de comer.

-Papá. ¿Y si alguna vez no tenemos un secador para que la leña esté bien?

-Por eso antes de salir siempre tienes que estar preparada, cariño. -Explicó su padre. -Nada hay mejor que la buena preparación.

Durante todo el día estuvieron jugando en la nieve, patinando en el lago y hablando sobre descubrimientos científicos que su padre le explicaba cuando ella no entendía nada. Cuando empezó a caer la noche, Maxwell le pidió que se sentara.

-Mira, uno de los motivos para venir aquí es por la leyenda de este lago.

-¿Conoces leyendas? -Preguntó la niña asombrada.

-Algunas. La leyenda de este lago dice que en el fondo, hace muchos años, un ser maligno fue sellado por un clérigo de Minerva. -Explicó el padre mientras señalaba al lago. -Según la historia, ese espíritu lleva hasta el fondo de sus aguas a los buenos creyentes como odio y afrenta a Minerva, ya que un clérigo de la Diosa Blanca lo encerró. Solo aparece por la noche, cuando la luna está en lo más alto.

-Vaya...

-Por eso hemos venido. Para que veas esto. -Dice Maxwell serio. -Te propondré un trato. Si aparece ese espíritu, dejaré que sigas con tus aficiones, sean cuales sean. Pero si no aparece, te olvidarás de esas tonterías y te enfocarás en el estudio eclesiástico. ¿De acuerdo?
Lylth asintió con fuerza, y se quedó mirando el lago. Era un lago bonito, con el hielo suficiente para poder patinar pero no tanto como para poder llevar cargas pesadas. Según lo que sabía, era cierto que no se había descongelado en cientos de años, pero no era posible que fuera por un espíritu.

Miró a su padre, que estaba preparando unas latas de alubias para calentarlas en el fuego, y se levantó sin que se diera cuenta. Todavía tenía ganas de jugar, y la aurora boreal iba a darle suficiente luz para poder ver, así que tomó el trineo y fue hasta una zona alta. Quedaba mucho para que la luna estuviera en lo más alto, tenía tiempo para jugar antes de que apareciera.

Cuando llegó a lo alto, sin embargo, se tropezó con una piedra, cayendo en el trineo, y este deslizándose bastante rápido hacia el lago. El grito alertó a Maxwell, que vio como el trineo bajaba a toda velocidad. Salió corriendo hacia él para sujetarlo, pero pasó por delante del científico sin detenerse. Él continuó corriendo hacia su hija, cuyo transporte se estaba deteniendo poco a poco. Cuando lo tomó por las riendas, jadeante, miró a Lylth, la cual estaba pálida.

Y cuando fue a decirle algo, un sonido le heló la sangre también. Miró hacia abajo y pudo comprobar que estaban en el mismo centro del lago congelado, pero que unas grietas habían aparecido debajo de sus pies y bajo los rieles del trineo. Se movió lentamente para tomar a su hija en brazos, pero al hacerlo, el hielo se terminó de quebrar y cayeron ambos al agua.

El frío era tal que parecía como una aguja se clavara en cada célula de sus cuerpos. Pero lo peor que sentía Lylth era como el trineo tiraba de ellos dos hacia el fondo, ya que una de sus cintas se quedó trabada en su pie. Y un momento de lucidez vino a su mente: Iban a morir ahí. Si no era por ahogamiento, era por el frío, y si no era por eso y conseguían salir, no podrían llegar hasta la ciudad a tiempo para ver un doctor. La hipotermia dañaría sus cuerpos irremediablemente.

No pudo aguantar más la respiración y soltó el aire, sintiendo como hielo puro le atravesaba la garganta. No sabía si podía llorar, pero sentía que estaba pasando.

Y cuando sentía que no iba a poder más, unos brazos la tomaron entre ellos. Sonrió al pensar en su padre, pero al abrir los ojos, no eran los ojos verdes de Maxwell los que la miraban, si no unos hermosos ojos azules sin pupilas. Se asustó por un momento, pero los brazos que la sostenían la tomaron con más fuerza.

-Tranquila. -Dijo una voz femenina muy suave y hermosa. -Si no te mueves mucho todo irá bien.

Miró de nuevo, y esta vez pudo encontrarse con una hermosa sirena en el agua, llevándola en brazos. Su piel era de un azul claro, casi blanco, similar a la nieve virgen. Sus ojos azules eran como los del cielo despejado, igual que sus cabellos. Las escamas de su cola eran de un turquesa brillante. Algunas zonas de su cuerpo humanoide estaban en un color azul más oscuro, como unas largas líneas que tenía bajo los pechos, sus labios, sus perfectas uñas o los pezones que adornaban su abundante busto.

-Respira, querida. -Dijo la sirena con una sonrisa. -Mientras estés aquí conmigo no te va a pasar nada. ¿Tienes frío? Ven... -Y la sirena la abrazó.
Casi al instante el frío comenzó a dejar de sentirse, y Lylth pudo mirar alrededor. Inspiró fuerte, sintiendo que ya no se ahogaba, y comenzó a toser fuerte. La mujer azulada sonrió y le dio unas palmadas en la espalda.

-¿Te sientes mejor? -Preguntó ella, a lo que la niña asintió. -¿Cómo te llamas?

-Lylth... ¿Y tú?

-Yo me llamo Bluebell. -Contestó la sirena con una hermosa sonrisa. -Te doy las gracias, Lylth.

-¿Por qué?

-Por haberme liberado. -Respondió Bluebell. -El hielo era un sello que no me permitía salir de aquí.

-¿Yo te liberé?

-Así es. Solo alguien que realmente quería llegar a verme podía romper el hielo.

-¿Y qué vas a hacer ahora?

-Depende de ti. -Repuso Bluebell señalando con la cabeza a un lado. Lylth se giró, y vio a su padre desmayado en el agua. -¿Qué quieres hacer con él?

domingo, 3 de junio de 2018

Capítulo XIV: El Hogar de la Tormenta



El amanecer los encontró a todos esperando por Lylth en la posada. Después de hacer las compras pertinentes y prepararse, habían decidido marchar al despuntar el día, y todos, salvo quizás Hassle, estaban bastante tensos. Habían desayunado y estaban terminando de tomar un caldo caliente con salchichas cuando la puerta se abrió y entró Lylth con su bastón y un pequeño petate. Se acercó a ellos sonriente.

-Siento el retraso. -Dijo la maga blanca. -Estuve toda la noche preparando pociones por si acaso.
-¿Eres alquimista también? -Preguntó curiosa Ylenia mientras veía como la de pelo rosa sacaba los frascos de su zurrón.
-Sí, me apasiona la alquimia. -Explicó la curandera, y repartió las botellas a cada uno. -No todos los magos blancos dominan este arte, pero da muy buenos resultados. Estas de aquí son más potentes que las que venden en las tiendas. También hice éteres para restaurar el maná cuando lo necesitéis. -Dijo dándoles a Hassle, Emberlei y Ankar un frasco verde a cada uno.
-Es estupendo, son muy caros. -Comentó el viera asombrado. La maga blanca sonrió.
-Me gano la vida curando a la gente, al fin y al cabo.
Tomaron los remedios y se levantaron, habían terminado de desayunar. Estaban listos.
-Bien. En marcha. -Dijo Ankar. Los demás asintieron.

Salieron de la taberna, con los primeros destellos del día acuchillando la espesa niebla. Mientras caminaban podían ver como los pescadores llevaban su captura a los vendedores del mercado, y los panaderos sacaban la primera hornada caliente. Algunos borrachos parecían despertar en los callejones y los herreros comenzaban a encender las fraguas.

-¿Cómo vamos al templo? -Preguntó Onizuka. -Creo que está en una isla. ¿Vamos en barca?
-Oh, no, por Doom... -Dijo Kahad con rostro de sufrimiento.
-Hay un puente que une Tycoon y el templo. -Explicó la maga blanca. -Es bastante largo, pero tardaríamos menos que usando una barca.
-¿Por qué?
-No le llaman el Templo del Viento Eterno por nada. -Dijo Lylth. -Los vendavales son muy traicioneros y solo los mejores marineros pueden navegar por ahí. También tardaríamos en subir el precipicio, y nos cansaríamos de más.
-Al menos el puente no cansará tanto, y no habrá mareos. -Comentó Ankar palmeando el hombro de Kahad.
-Te lo agradezco.

Pasaron varias calles hasta llegar a una de las grandes plazas de Tycoon, donde multitud de flores adornaban el lugar, y el sol bañaba el mar y el Templo del Viento Eterno, en lo alto de la isla del guardián. El puente era suficientemente amplio para que pasaran cuatro carromatos juntos, con hermosos mosaicos en el suelo. La altura era considerable, con varias columnas perforando el mar del viento, donde golpeaban las olas a las rocas con furia, azuzadas por la fuerte brisa en la zona interior. Las lonas de algunos puestos que estaban colocados en los extremos se mecían con suavidad impregnadas del olor a mar y sal.

-Es muy bello. -Dijo Dreighart asombrado.
-Antiguamente para llegar al Bastión de las Nubes se iba a lomos de drakos de vientos. -Explicó Lylth mientras avanzaban. -Pero creo que fue hace unos mil años que con la ayuda de algunos expertos enanos crearon el puente para posibles peregrinaciones. Le llaman el Barrio Blanco.
-Entonces es como el túnel subterráneo de Eblan. -Dijo Emberlei sonriendo. -Usaron a Titán para esto, con invocadores y magos artesanos.
-De hecho, eran geomantes, si hacemos caso de las clases de historia.
-¿Qué es un geomante? -Pregunto Dreighart ante el rostro contrariado de Emberlei.
-Es un tipo especial de mago. -Explicó ahora Onizuka. El viento movía suavemente sus cabellos y capas. -Están en comunión con la naturaleza, y esta les ayuda de diversas formas.
-Un mago naturista, vamos. -Terminó Ylenia.

Caminaron durante un largo rato, viendo como el sol se alejaba en el horizonte. Los puestos vendían artículos religiosos, mágicos y varios tipos de comida, pero conforme se acercaban al Templo menos puestos se encontraban. Dos horas tardaron en atravesar el Barrio Blanco y llegar al borde de la isla.

Una pequeña plaza, con estatuas de pájaros y hadas, los recibió, y algunas personas con túnicas verdes con bordes dorados paseaban entre los dos claustros que habían en el norte y en el sur, mientras hacia el este se veían las escaleras que llevaban a lo alto del Templo propiamente dicho. La vegetación del lugar se veía hermosa, con varios árboles de colores rosados y marrones, y algunas cascadas que caían desde el templo y los claustros. La piedra era de un castaño claro con musgo jade en muchos lugares diferentes. El estilo arquitectónico era bello, similar al de Doma y Eblan, pero más firme y varias estatuas.

En el suelo de la plaza se podía ver otro mosaico donde se veían hadas y pájaros volando sobre ráfagas de viento, donde el verde brillaba con el sol. El viento ahí era suave, templado y agradable. Estaban admirando el lugar cuando un hombre de rostro calmado y túnica de sacerdote se acercó a ellos.

-Bienvenidos a la isla del viento. -Dijo con una voz áspera. -¿Qué podemos hacer por vosotros?
-Gracias. -Contestó Ankar. -Venimos desde lejos, y necesitamos ver al sumo sacerdote, o sacerdotisa, para un asunto con el guardián.
-Lamentablemente, la suma sacerdotisa no se encuentra en el templo. -Explicó algo nervioso el hombre. -Podría llevarlos con el sacerdote a cargo, pero nadie puede abrir la puerta del cristal.
-Ya veo... Denos un rato para discutirlo. -Dijo Ankar, y cuando el sacerdote se apartó, el dragontino miró a los demás. -Menudo problema.
-¿No podemos entrar sin más? -Preguntó curioso Hassle. El albino negó con la cabeza.
-Por lo que tengo entendido, solo el sumo sacerdote y los guardianes pueden abrir la puerta. -Explicó el albino. -Es algo así como un pacto o algo similar.
-¿Y no podemos irrumpir irrespetuosamente como hicisteis cuando estaba en plena prueba con Leviathán? -Preguntó molesta Emberlei. -Yo quiero formar un pacto con el guardián de aquí, pero parece que no piensan en las necesidades de los invocadores, solo en las necesidades propias.
-Si irrumpimos fue porque no podíamos esperar, igual que ahora, pero la diferencia radica en que el sumo sacerdote sabía qué iba a pasar. -Explicó el albino con calma. -Si lo hacemos ahora, cundirá el pánico, no tendremos apoyo y seguramente habrá que luchar con toda la guarnición del Templo. No es para nada posible.
-Ya, e irrumpir un ritual sagrado no afecta para nada. ¿Verdad?
-La cuestión es que tenemos que entrar... -Cortó Kahad, y miró al dragontino. -¿Y si se lo explicamos al sacerdote en funciones?
-Es peligroso explicar nuestra misión. -Comento el de ojos verdes. -Pero es, quizás, nuestra única opción.
-¿Y si no? -Preguntó Dreighart. -Nos arriesgamos a tener que batallar con todo el templo.
-Di mejor con toda Tycoon. -Secundó Ylenia. -Nuestra misión no es algo tan normal, por eso Ankar prefiere que nadie sepa de esto.

Se quedaron en silencio durante un rato, cavilando, hasta que finalmente Ankar soltó un fuerte suspiro.

-No nos queda de otra.
-¿Y si lo hacemos con sigilo? -Preguntó el ladrón, pero Onizuka negó con la cabeza.
-¿Recuerdas la puerta del templo del mar al abrirla? Creo que el ruido se escuchó hasta en Eblan.
-Pero quizás en esta ocasión no suene tanto. -Dijo Kahad. -Recuerdo que en el Templo del Mar se escuchó un romper de olas o algo así. Este es el Templo del Viento, podría ser simplemente el sonido del aire y en toda la isla se escucha eso. Podríamos probar.
-¿Y si simplemente pedís permiso?

La voz infantil los sorprendió a todos, y al mirar vieron a dos niñas idénticos con ropas del sacerdocio del Templo. Tenían el cabello negro atado en dos coletas y los miraban sonrientes.

-¿Qué queréis decir? -Preguntó Hassle con una sonrisa afable.
-Como dijo lord dragontino, solo los sumos sacerdotes y los guardianes pueden abrir la puerta. -Dijo una de ellas.
-Por lo tanto, solo tenéis que golpear la puerta y esperar que la guardiana abra. -Secundó la otra.
-Nosotras os llevaremos si queréis. -Dijo la primera.
-Sí, no tenemos problema con eso. -Dijo ahora la segunda.

Comenzaron a caminar hacia las escaleras del este, mientras el grupo se les quedó viendo.

-¿Qué hacemos? -Dijo dudosa Ylenia.
-Yo no me fiaría. -Contestó Emberlei. -Los niños solo quieren atención, seguro que al oírnos decir algo de los cristales querrán jugar con nosotros mientras nos rodean los guardias.
-Si ese fuera el caso, ya estaríamos rodeados. -La voz de Kahad no dejaba duda de lo que acababa de decir mientras miraba a su alrededor muy discretamente. -Y los sacerdotes se ven muy tranquilos.
-Ankar. ¿Qué decides? -Preguntó Lylth viendo al dragontino, el cual estaba mirando a las pequeñas a lo lejos. Él asintió.
-Vamos con ellas. -Todos miraron al albino al decir eso. -Nos abrirán la puerta.
-¿Cómo puedes estar seguro? -Preguntó Emberlei extrañada.
-Porque lo siento. -Contestó él comenzando a caminar.

Los demás se miraron, pero Onizuka caminó casi enseguida, y los demás los siguieron. Las niñas los llevaron directamente a las escaleras y fueron subiendo las escaleras a saltitos, haciéndoles señas para que los siguieran. Desde donde estaban podían ver los varios metros de altura que tenía el Templo, abierto por varias zonas con grandes ventanas abiertas. El sonido de la cascada del lateral se escuchaba apacible, y las hojas marrones volaban con suavidad como pétalos danzantes.

Entraron por el gran portón, viendo relieves de aves volando. Pero lo que más les llamó la atención fue una gran puerta en medio de la sala, con el símbolo del viento en ella. Un hombre bajo de larga barba y ropa de sacerdote los miró junto a las niñas.

-Hola, Thalohmor. -Dijo una de las niñas, y el enano hizo una reverencia.
-Rhyn, Larr, bienvenidas de nuevo. -Dijo levantando la mirada, viendo al grupo. -¿Con quién venís?
-Vienen a ver a la maestra. -Dijo la otra niña. -Así que les vamos a abrir la puerta.
-¿Estáis seguras? ¿No querríais que viniera la suma sacerdotisa antes?
-No es necesario, la maestra los espera. -Dijo la primera, acercándose a la puerta. -¿O acaso quieres hacer esperar a la señora?
-No, por supuesto que no. -Dijo el enano algo sonrojado, y se giró al grupo. -Ruego me disculpen, por favor.
-No tiene ninguna importancia. -Contestó Ankar con una sonrisa y una inclinación de cabeza. -Es algo completamente comprensible.

Al empujar las puertas, el arco se abrió dejando ver unas escaleras que subían con la canción del viento de fondo, y las dos niñas salieron saltando los escalones de dos en dos hacia el piso superior.

-Este sistema es poco práctico. -Dijo Emberlei, visiblemente molesta, mientras caminaban por los escalones.
-¿A qué te refieres? -Preguntó Hassle.
 -La puerta debería poder abrirse por más personas. -Comentó la maga negra. -¿Qué pasaría si viene algún invocador a realizar el pacto y no pueden abrir la puerta?
-Pues creo que deberían esperar. -Contestó Lylth. -Formar un pacto en un templo no debería ser algo de vida o muerte.
-De hecho, según el libro que estuve leyendo, los Templos Elementales no fueron creados para invocadores y sus pactos. -Explicó Ylenia. -Según la historia, fueron creados exclusivamente para proteger los cristales elementales. El pacto con los guardianes resultó fructífero alrededor de seiscientos años más tarde.
-¿Y si no podemos esperar, como ahora? -Preguntó Emberlei frunciendo el ceño.
-Los pedazos de los cristales nos dejan entrar en las salas del cristal. -Contestó Ankar sin detenerse. -Al fin y al cabo, esta misión sí debe llevarse a cabo a cualquier costo.
-¿Y por qué no lo hemos hecho antes?
-Piensa un poco. -Le dijo la guerrera a la de pelo morado. -Si se descubre que hemos irrumpido a la fuerza en el Templo, tenemos a toda Tycoon detrás para hacernos picadillo.
-Eso... tiene bastante lógica...

Cuando llegaron arriba la luz del sol entraba por el este bañando un hermoso jardín con multitud de flores y algunos árboles de hoja perenne. Las columnas soportaban un techo muy alto con una campana de plata en su parte superior, colgando de la bóveda de cristal donde se veía al orador del guardián. Justo debajo de la campana podían ver el gigantesco cristal del viento, soltando destellos de color jade cada vez que el sol tocaba su superficie.

Las dos niñas estaban de pie justo debajo del cristal, mirándolos.

-Bienvenidos. -Dijeron al unísono con una pequeña reverencia. -La maestra está próxima a llegar.

Una fuerte ráfaga de viento hizo que se taparan el rostro, y los que pudieron ver observaron una sombra que tapó el sol unos instantes antes de volver a recibir la luz en los ojos. Segundos después pudieron ver a una mujer con ropas hechas de plumas amarillas y verdes, con tatuajes sobre la piel, descalza y de cabellos a media melena de un rubio que resplandecía con el sol. Tenía las manos sobre la cabeza de las dos niñas, sonriendo.

-Gracias, mis niñas. -Dijo con una voz suave como una brisa de verano, y miró al grupo. Sus ojos, verdes como el jade, transmitían una calma aparente. -Bienvenidos, peregrinos de los cristales. Os estaba esperando. Yo soy la Guardiana del Viento, Quetzacoatl.
-Es un honor para nosotros, guardiana. -Dijo Ankar inclinándose, a lo que los demás lo imitaron. -Si nos esperaba, seguramente ya sabrá el motivo de nuestra visita.
-Así es. Los vientos cuentan muchas historias. -Contestó la esper mientras una suave brisa movía sus cabellos, mostrando las picudas orejas de los elfos. -Hablaron de un magnífico combate con su majestad, el gran Leviathán.
-Si ya sabéis, esto será más fácil. -Espetó Emberlei adelantándose a todos. -Deseo formar un pacto con vos.
-¿Conmigo? ¿O con ellas? -Preguntó la guardiana colocando sus manos sobre la cabeza de las niñas.

Las pequeñas brillaron con un destello verdoso, y pudieron ver como se encogían rápidamente, surgiendo en su espalda cuatro hermosas alas de mariposa de un color muy suave y vivo de verde. Cuando dejaron de encogerse tenían un tamaño de unos treinta centímetros de altura, volando a ambos lados de Quetzacoatl.

-Son Sylphs. -Dijo Hassle asombrado, y lo miraron. -Son espers de viento curativo, muy valorados por magos errantes. Se dice que abundan en el este, en el Lago de las Hadas.
-Vaya, estás muy bien informado. -Se sorprendió la guardiana.
-Cuando uno viaja debe saber de leyendas. -Contestó el viera con una sonrisa.
-La prueba será la misma que con Leviathán. -Explicó la Guardiana. -Demostrad vuestra valía para conseguir el cristal y el pacto. Un combate para todo. ¿Estáis listos?

La armadura de Ankar apareció de repente, mientras todos tomaban sus armas y se apartaban en posición de defensa. Los ojos de Quetzacoatl empezaron a brillar en un tono de verde tan puro que solo podía verse ese color, y un fuerte viento la envolvió, alzándola en el aire. Entre las ráfagas podía verse algo dando vueltas, con velocidad como si fuera una peonza, pero lentamente deteniéndose, y de un aleteo, abriendo las alas, un enorme ave disipó los vientos empujándolos un poco hacia atrás. Las plumas amarillas, verdes y naranjas tenían marcas negras similares a los tatuajes que tenía en su forma humanoide, y los ojos verdes y el pico dorado reflejaban toda la escena.

Un grito surgió de la garganta del ave gigante, y de un fuerte aleteo salió volando por la ventana más cercana seguida de las Sylph.

-No me acostumbro a batallas por sorpresa, deberían avisar con algo, con un sonido como si se rompiera algo. -Dijo el viera.
-Analicemos la situación. -Cortó Ankar serio. -Es un ser de viento y rayo, y volador. Las Sylph son de viento, así que comparten debilidad.
-Usemos los elementos de Tierra y Agua. -Contestó Hassle aguantando su capa. -Yo puedo usarlos, aunque normalmente un mago rojo no puede usar agua, tengo mis métodos.
-Yo invocaré a Leviathán. -Dijo contenta Emberlei. -Nadie mejor que el señor de los eidolones para este combate.
-Mientras, yo puedo lanzar shurikens y kunais. -Puntualizó Kahad. -Tengo suficientes y suficiente puntería para darle incluso a las hadas.
-Bien... Kahad y yo atacaremos físicamente, Hassle y Emberlei con magia, Ylenia, Dreighart y Onizuka tratad de atacar mientras bloqueáis, haced lo que podáis. Lylth, te encargo la curación. ¿Listos?

Asintieron y mientras veían como el ave se dirigía hacia ellos a lo lejos, Lylth levantó una barrera mágica a su alrededor, mientras que Emberlei comenzaba el cántico con los ojos cerrados. Sin embargo dos haces de luz verdosa pasaron a toda velocidad, y sintieron como hojas de viento les cortaban y les obligaban a cubrirse el rostro. Cuando miraron de nuevo, Quetzacoatl ya estaba sobre ellos con una enorme esfera de electricidad en el pico.

-¡Cuidado!

El ataque eléctrico cayó sobre ellos con violencia, y la cúpula que Lylth creó tembló tanto que pudo escucharse el sonido del cristal rajándose. Miraron hacia arriba mientras pasaba el ser volador, y vieron multitud de grietas en el lugar del impacto.

-¡No creo aguantar otro golpe así! -Gritó Lylth más asombrada que asustada. Levantó el báculo y todos brillaron. -Voy a hacerlo individual, pero la cúpula aguantará un único ataque más como ese.
-Yo puedo bloquear las salidas. -Dijo Hassle saliendo de la cúpula. -Solo necesito saber por donde vendrá.
-Yo me encargo de ello. -Contestó Ankar corriendo hacia uno de los orificios. -Os avisaré desde arriba.

Dio un fuerte salto y lo perdieron de vista. -Lylth continuaba lanzando protecciones a todos, mientras Emberlei comenzaba a sudar mientras recitaba.

-¡Va a entrar por donde salió! -Gritó en sus mentes el albino.

Hassle conjuró con velocidad y levantó ambas manos, creando una enorme pared entre las columnas por donde entró la primera vez, y todos se asombraron.

-¿Qué conjuro es ese? -Preguntó Ember extrañada.
-¿Cómo que qué conjuro? -Contestó asombrado el viera. -Es el conjuro de nivel adepto de tierra.
-Ese conjuro no hace eso, hace temblar la tierra. -Dijo enfadada la maga negra.
-Eso es porque tienes poca imaginación. -Contestó el mago rojo con una sonrisa, mientras sus manos volvían a iluminarse. -Los libros no te dan todas las respuestas.

La maga negra reprimió un reproche mientras volvía a recitar las palabras para traer a Leviathán, al mismo tiempo que Hassle levantaba otras dos barreras de piedra, bloqueando parte de la luz del sol. Los haces de luz de las Sylphs entraron como un vendaval, pero chocaron con las nuevas paredes con violencia. Kahad aprovechó ese momento para lanzar shurikens hacia ellas, rozándolas y haciéndolas volar en zigzag. Cuando oyeron el grito de las pequeñas, un chillido furioso se escuchó desde fuera, y al mirar vieron entrando a Quetzacoatl dando tumbos, y con una vuelta hizo caer a Ankar, que cayó de pie con su lanza extendida. El ave trató de salir pero chocó como las hadas con un estruendo más duro.

-¡Ahora! -Gritó el dragontino.

Onizuka, Dreighart, Kahad y él mismo salieron corriendo con un grito de guerra, por su parte, suspendida en el aire, una lanza de piedra era lanzada por Hassle, golpeando la espalda del ave con fuerza. Mientras los cuatro golpeaban a la guardiana, sin embargo, la invocadora cayó al suelo, sudando y con cara de frustración.

-¿Qué pasa? -Preguntó Ylenia mientras daba un espadazo a una de las Sylph.
-No... No puedo concentrarme... -Contestó Emberlei. Hassle lanzó otra lanza de piedra al ave y se colocó a su lado.
-Has de recordar que no estás sola en el combate. -Le dijo él ayudándola a levantarse.
-¿Y tú que vas a saber? -Espetó molesta ella, soltándose al estar de pie.
-Soy mago de batalla, de esto entiendo mucho. -Dijo él con una sonrisa fría. -Si confías en tu equipo te concentrarás más y mejor.

Emberlei frunció el ceño, pero volvió a cerrar los ojos. Sabía que Kahad la protegería, y los demás eran competentes, pero ese no era el problema. Había hecho el cántico como siempre, había sentido el maná y la presencia de Leviathán, pero al ir a abrir el portal para traerlo, simplemente todo se desvaneció. Se mordió el labio con frustración y entonó de nuevo sus palabras con más fuerza.

Las Sylphs lanzaban conjuros de aire hacia los magos, pero o chocaban, o eran desviados por la espada de Ylenia. La guerrera daba tantos golpes como recibía de las hadas, pero gracias a que Lylth la curaba se sentía más segura que en otras batallas. Se preguntó cómo habían estado luchando hasta ahora sin una curandera. Una ráfaga de aire la golpeó en la cara como un puñetazo que la aturdió un segundo, pero el dolor fue atenuado gracias a la magia blanca. Se alegró más si cabe.

Por su parte, entre Ankar y Kahad mantenían a baja altura al Esper de la Tormenta para que Dreighart y Onizuka pudieran golpearle como pudieran. Las lanzas de roca de Hassle los ayudaban bastante, pero los rayos que emitía el ave a veces los tiraba al suelo. En una de esas veces no solo los electrocutó si no que los lanzó lejos con un fuerte viento cortante surgido de un amplio aleteo que la alzó y voló en dirección al cristal. Los caídos se levantaron, escuchando un grito de Ylenia.

-¡Está cargando energía, venid deprisa!

Corrieron hacia la cúpula viendo como las hadas se dispersaban igual. La esfera eléctrica creada por Quetzacoatl se hacía más y más grande, y lanzó la columna de rayos justo al entrar en la cúpula. El impacto fue tal que rasgó la barrera y parte de la energía los golpeó, gritando de dolor algunos. Al desvanecerse el ataque, pudieron escuchar la risa del Esper.

-¡Puedo crear otra cúpula! -Gritó Lylth levantando su báculo, y un aura turquesa los envolvió, curando sus heridas. -¡Pero tardaré un poco!
-¡Yo ganaré el tiempo que necesitas! -Gritó el dragontino saltando hacia el ave.
-¡Yo te ayudo! -Gritó ahora el pelirrojo mientras agarraba a Dreighart.
-¡Oye, no, ni lo pienses, loca las cabras! -Gritó ahora el ladrón, pálido.
-¡Claro que lo pienso! ¡A volar! -Tomándolo con fuerza, dio dos vueltas con el peliazul en las manos y lo lanzó hacia el ave. -¡Dreighartdoken!

Dreighart voló hacia Quetzacoatl siguiendo a Ankar, que iba algo más arriba que él. No tardó en estabilizarse en el aire, resignándose a su destino, y pensando qué le iba a hacer al samurái mientras ascendía si es que sobrevivía a eso. Ankar golpeó con su lanza en un costado de la Guardiana, viéndose volar varias plumas y sangre. El de la daga sacó una cuerda con garfio y al llegar al ave clavó la herramienta en su costado para darle vueltas y atarla, y después de envolverla, sacó su arma y la clavó en su espalda. Sin embargo se agachó justo cuando tres discos de agua golpearon a Quetzacoatl, empapándolos a ambos.

Abajo, Hassle, que había lanzado el hechizo acuático, se puso pálido y gritó.

-¡Dreighart, sal de ahí cagando ostias!

El empapado ladrón lo miró, pero antes de poder saltar, el ave volvió a rodearse de electricidad. Dreighart gritó de dolor, y al arrancar la daga se desmayó y cayó. Un haz azul lo tomó, y Ankar cayó al suelo con él en brazos.

-¿Está bien? -Preguntó Hassle acercándose corriendo. El albino asintió.
-Solo está desmayado. -Dijo él mientras lo dejaba en el suelo con delicadeza. -Déjalo aquí de momento, nos ocuparemos primero de Quetzacoatl.
-Lo siento, pensé que no le daría a él. -Dijo el viera algo nervioso, pero el mudo negó con la cabeza.
-Luego hablamos, no te angusties.

Todos miraron al ave envuelta en rayos, mientras Lylth cerraba otra vez la barrera. Kahad miró a Emberlei, que sudaba a mares con un rostro de esfuerzo nada propio de ella.

-¿Cuánto te falta, Ember?

Ella se quedó en silencio, y de repente volvió a caer de rodillas, pálida y con expresión de completo desconcierto.

-No puedo...
-¿Por qué? ¿No tienes suficiente energía? -Preguntó extrañado el ninja.
-Tengo suficiente... Pero no consigo abrir el portal... no lo entiendo...

Las risas de las hadas hicieron que todos las miraran. Volaban a una distancia prudencial, mientras Quetzacoatl estaba volando delante del cristal. Las pequeñas reían viendo a la maga negra.

-Pobrecita la niña. -Dijo una de ellas.
-Trata de abarcar más de lo que puede. -Secundó la otra.
-¿Qué queréis decir? -Preguntó enfadada Emberlei, poniéndose de pie.
-Estás tratando de tomar el océano con una copa de vino. -Dijo riendo la primera. -Solo los niños y los locos hacen cosas fuera de su alcance.
-¿Fuera de mi alcance...? -Preguntó ella, y gritó. -¡No os burléis de mi! ¡Pude hacer el pacto sin ningún problema!
-Que tengas en la mano una espada no te convierte en espadachín. -Rió la segunda. Y Emberlei la miró extrañada. -¿Acaso no te das cuenta? Te falta poder para traer a su majestad.

Kahad vio cómo su protegida se ponía pálida ante esa declaración, y miró a Ankar preocupado. Este asintió.

-¡Cambio de planes! ¡Kahad, Hassle y Emberlei, usad magia de agua y tierra! ¡Olvidad la invocación!
-¡Pero...!
-¡No tenemos tiempo para averiguarlo, Emberlei! ¡Ya nos pondremos con eso cuando no tengamos un Esper queriendo achicharrarnos! -Dijo con autoridad el dragontino. -¡Onizuka, Ylenia, cubridles! ¡Lylth, cobertura!

La maga blanca levantó su báculo, y todos brillaron en distintas tonalidades de verde y azul eléctrico, y su frente empezó a perlarse de sudor cuando volvió a envolver a todos con una luz turquesa, cerrando las heridas de todos los presentes.

-¡He puesto algo de resistencia elemental! -Explicó la chica. -¡Aguantaremos un poco más!

Hassle creó otra lanza de piedra, y Kahad hizo sellos con las manos. Ember tardó un segundo más antes de hablar en el idioma mágico y formar un charco grande de agua bajo Quetzacoatl. Ankar saltó hacia el ave, que lanzó un rayo mágico, pero la lanza de roca lo atravesó, dispersando la mayoría de la electricidad, y con un rugido el dragontino clavó su arma en el pecho del Esper, arrancándole un grito de dolor a la Guardiana. Pero no quedó en eso, ya que dos grades chorros de agua como serpientes chocaron contra las alas empujándole y haciendo que perdiera altura cayendo de espaldas. Ankar aprovechó y saltó desde el cuerpo del ave, y dos luces doradas surgieron de sus ojos golpeando a la Esper aplastándola contra el montón de agua que Emberlei creó, y del cual surgió un fuerte geiser engullendo a Quetzacoatl.

Las Sylphs, asustadas, lanzaron un vendaval que lanzó a las dos magas al suelo, y volaron hacia su maestra. Esta se giró en el suelo y las hadas empezaron a dejar caer polvo sobre el ave, curando sus heridas, pero algo cayó con todo su peso aplastándola y levantando polvo. Al mirar, pudieron ver a Ylenia y Onizuka saltando desde la espalda de la Guardiana y poniéndose junto a sus compañeros.

-¡Todos a la vez! -Gritó Ankar en sus mentes.

Del suelo, Hassle hizo salir picas de rocas que se clavaron en ella. De las manos de Kahad surgieron los chorros de agua serpenteantes y el geiser de Emberlei se unieron golpeando juntos, y de los ojos del dragontino surgieron una vez más esos destellos dorados que golpearon otra vez levantando polvo por todas partes. Pero un vendaval, provocado por las alas de Quetzacoatl, hizo que todo se despejara, y ella misma dio un fuerte salto hacia el grupo.

En una fracción de segundo, Ylenia y Onizuka se pusieron a los lados avanzando con rapidez y golpearon con sus espadas en las alas de la Guardiana, la cual cayó al suelo arrastrándose y deteniéndose a unos metros de ellos. Nadie bajó la guardia, esperando algún movimiento mientras el polvo levantado se posaba en el campo de batalla. Las hadas volaron hasta ellos y se pusieron entre el grupo y la Guardiana oculta, y un aura verdosa las envolvía.

-Quietas. -Dijo la Esper.

Las Sylphs se giraron, y de la nube de polvo surgió la forma élfica de Quetzacoatl. La capa de plumas estaba rasgada por varias partes, y una pequeña herida en la frente mostraba un pequeño riachuelo de sangre en su piel. Su sonrisa, sin embargo, era resplandeciente.

-Ha sido una batalla interesante. -Dijo ella mientras las hadas se acercaban a ella y empezaban a curarla. -Ya veo porqué su majestad estaba tan contento. -Se giró a las paredes de piedra. -Esa táctica es nueva, sin embargo. No me la esperaba.
-Gracias... -Dijo con cautela el viera, pero Ember se puso delante de todos.
-Si he pasado la prueba, pido entonces formar el pacto. -Dijo levantando la frente. Quetzacoatl la miró detenidamente.
-¿Con las Sylphs?
-No, con vos. -Repuso ella, y las miró con furia. -No soporto que se burlen de mí unas hadas.
-No nos burlábamos. -Dijeron al unísono. -Solo te dijimos lo que pasaba.
-Soy perfectamente capaz de darme cuenta de las cosas. -Contestó ella con rostro fúrico. -No necesito que dos niñas que no levantan ni medio metro del suelo me digan como hacer lo que se hacer mejor.
-Pero serás... -Empezaron a decir las hadas, pero se callaron al ver levantada la mano de la Guardiana.
-La muchacha tiene razón, os sobrepasasteis. -Dijo ella, pero al ver como la maga negra sonreía, la miró seria. -Pero tú también te sobrepasaste. No estás lista para traer al Maestro, si hubieras tratado una tercera vez, podrías haberte desmayado, así pues, vuelvo a preguntarte. ¿Conmigo, o con las Sylphs?
-Con vos. -Dijo casi de inmediato ella.
-Bien... Pero primero, lo primero. -La forma de Quetzacoatl volvió a cambiar a la del ave, y voló hasta el cristal, tomándolo en sus patas y haciéndolo estallar.

Mientras bajaba, tanto Lylth como Hassle tragaron saliva. Saber qué iba a pasar y ver cómo pasaba eran dos cosas diferentes. La maga blanca se dirigió al inconsciente Dreighart para examinarlo, mientras Hassle veía como Quetzacoatl tomaba forma élfica de nuevo y le daba un pedazo de cristal verde a Ankar.

-Cuando salgáis, las Sylphs ya habrán avisado al sacerdote a cargo, mi suma sacerdotisa está de viaje y no pudo llegar a tiempo. -Explicó la guardiana, y se alzó en el aire. -Que los vientos os sean propicios.

Se iluminó en varios tonos de azul y verde, y un ave de luz atravesó el pecho de la invocadora. Luego atravesó la pared de roca central haciéndola estallar junto a las otras dos en mil pedazos, dejando entrar de nuevo el sol de la mañana.

Inspirando fuerte, Ankar se giró al grupo. Se sentía cansado.

-¿Cómo está Dreighart? -Preguntó a la maga blanca.
-Voy a despertarlo. -Le contestó ella mientras sus manos brillantes tocaban el pecho del ladrón. Sin embargo se apartó un momento frunciendo el ceño. -Creo que está hablando en sueños...
-¿Y qué dice? -Preguntó Onizuka agachándose hasta poner su oído cerca de la boca del ladrón.
-... to lo... -Susurró este.
-Cosa más rara... -Empezó a decir Onizuka, pero Dreighart tomó del cuello de la camisa al pelirrojo con los ojos muy abiertos.
-¡Puto loco! ¡No hagas nunca más algo así! ¡¿Acaso no conoces el espacio personal?! ¡Ni siquiera el presidente más abusivo haría algo así!
-¿En serio? -Preguntó el samurái mientras Dreighart se levantaba sin soltarlo.
-¡Completamente! ¡Minerva bendita! ¡¿En qué pensabas al lanzarme contra una bestia emisora de energía electroestática voladora?! ¡Yo no tengo protección electroelemental, maldito seas!
-¿Ah no? -Preguntó de nuevo extrañado el pelirrojo.
-¡Es que si fueras más inconscientes no despertarías por las mañanas! -Gritó el ladrón.

Pero un golpe se escuchó por encima, y Dreighart cayó al suelo, desmayado otra vez, pero en esta ocasión por el bastonazo en la cabeza que Lylth le dio. Onizuka la miró levantando una ceja.

-Odio que no me hagan caso cuando hablo. -Contestó la muda pregunta. Miró a Ankar. -Lo despertaré más tarde mejor. No peligra, pero quien sabe lo que pase si lo despierto ahora.

Ankar asintió, y guardó el pedazo del cristal del viento en su bolsa. Miró la ahora vacía sala del cristal, inspiró fuerte y los miró a ellos.

-Vamos a intentar descansar en el templo, si nos dejan. Onizuka, Ylenia, tomad a Dreighart. Kahad, toma las plumas de Quetzacoatl que hayan caído, pueden sernos útiles. Los demás, volvamos, a ver si tenemos suerte para dormir un poco.

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Dos horas más tarde, Dreighart descansaba en una de las camas del templo, y el resto estaba en uno de los salones de la casa de huéspedes del lugar. Las Sylphs habían explicado, a grandes rasgos, lo que había pasado en la sala del cristal, y el sacerdote a cargo les había llevado hasta un lugar donde pudieran descansar.

Sentados, comiendo en silencio, repasaban el día mientras se curaban algunas heridas superficiales. Ankar bebió una poción entera y luego suspiró.

-Bueno, de momento hemos hecho la mitad del viaje por Gaia. -Dijo el albino, y todos le miraron. -Creo que llevamos un buen ritmo, pero estoy seguro que más adelante el camino será más peligroso.
-¿Tienes algo en mente? -Preguntó Kahad. Ankar asintió.
-Podríamos ir a Burmecia. -Comentó el dragontino. -Allí podríamos conseguir nuevo equipo, especialmente los magos. Tengo muchos conocidos allí...
-Yo no iré. -Dijo de repente Emberlei, y todos la miraron. -No tengo nada que hacer en Burmecia, con toda su humedad y ambiente gris. Yo tengo asuntos que atender en Kolinghen, al sur de esa comarca.

Ankar se cruzó de brazos y cerró un momento los ojos, calculando su siguiente movimiento. Quería ir a Burmecia como le había dicho Kain, pero en la Ciudad Montaña había mucho más equipo para magos que en otras zonas. Sería una buena oportunidad para recuperar fuerzas y prepararse para los siguientes desafíos que les aguardaban... Pero en parte, quizás, separarse temporalmente podría ser bueno.

Abrió los ojos.

-Emberlei y Kahad irán a Kolinghen. -Empezó a decir el albino. -Mientras que Dreighart vendrá conmigo a Burmecia. Los demás, podéis decidir.
-Yo iré a... -Empezó a decir Onizuka, pero el dragontino lo miró.
-Tú irás a Kolinghen también.
-¿No que podía elegir?
-Quiero que estés alejado de Dreighart un tiempo, antes de que lo termines matando.
-Demonios...
-Entonces yo también iré a Burmecia. -Dijo con velocidad Ylenia. -Me vendrá bien conocer un sitio nuevo sin ti.
-Demonios...
-Yo iré también para tratar a Dreighart, siempre y cuando no os moleste que me disfrace. -Dijo Lylth, y ante la mirada extrañada de Ankar, sonrió. -Algunos nobles de allí no me tienen en buena estima, y no es bueno aparecerse cuando no caes bien. Hasta otro nombre usaré.
-Chica precavida.
-Demonios...
-Entonces, por eliminación, yo iré a Kolinghen. -Contestó Hassle con una sonrisa algo decaída. -Me hubiera gustado haber ido a la cuna de mi raza, pero no puedo dejar sin curandero a la mitad del equipo.

Ankar asintió.

-Bien. Nosotros partiremos mañana hacia Burmecia, son varios días de camino.
-Kolinghen está más lejos. -Dijo Emberlei. -Así que deberíamos viajar lo antes posible. Ahora sería perfecto.
-Ni hablar. -Contestó Onizuka bastante serio, mirándola. -Salir ahora será inútil. Acabamos de enfrentarnos a un Esper poderoso, estamos cansados y todavía sin recuperarnos del todo. Si salimos ahora nos encontraremos con las inclemencias del tiempo, a la noche temprana y al frío. Al final de la semana habremos dejado Últimen y empieza Noc´Doom, uno de los meses más fríos antes del invierno en esta zona norteña, eso sin contar con que el viernes es la fiesta del día de los muertos y habrá mucha gente por los caminos, demasiada seguramente. Si salimos hoy, nos encontraremos con que la noche se nos echaría encima antes de dar cuatro pasos y tendríamos que estar muy alerta para que los bandidos no nos ataquen mientras dormimos.
-Sin que sirva de precedente, concuerdo con Onizuka. -Corroboró Kahad, y ante la mirada molesta de Emberlei, se explicó -Estamos cansados, y tenemos que comprar víveres para el viaje al suroeste. Incluso si tenemos suerte podríamos unirnos a una caravana y no viajar solos.
-Podemos comprar los víveres en los pueblos de la comarca. -Dijo la maga negra obstinada. -E ir con gente solo nos retrasaría.
-Además... -Dijo el ninja sin prestar atención al corte de ella. -Podemos comprar unas buenas capas para el frío aquí. No querrás enfermarte en el camino. ¿Verdad?

Ember iba a protestar, pero un estornudo la detuvo y, sacando un pañuelo, se sonó.

-Saldremos al amanecer entonces. -Claudicó ella molesta.
-Entonces vamos a comprar. -Levantándose, el samurái señaló con la cabeza a Kahad. -Vamos juntos, deja que la señorita se tome un poleo menta o algo.
-Sí, sería lo mejor. -Asintió Kahad y la miró antes de levantarse. -Quédate mejor a descansar y recuperar fuerzas, nosotros prepararemos todo para mañana.

Ella asintió taciturna viendo como Hassle se levantaba alegando que sabía de buenos lugares donde comprar lo necesario, y los tres se fueron. Resopló, molesta, y miró a Lylth.

-Como maga blanca. ¿Qué me recomiendas?
-¿Algo rápido y doloroso, o algo lento y sabroso? -Preguntó la de pelo rosa.
-Quiero curarme, no empeorar.
-Te prepararé algo. -Dijo levantándose. -De todas formas necesito comprar ingredientes para pociones. ¿A qué hora saldremos nosotros?
-Cerca del mediodía. -Contestó el albino. -Dejaremos que Dreighart se recupere bien antes de salir.
-Tiempo suficiente. Mientras, no salgas mucho para no empeorar. -Explicó  la curandera poniéndose la capa. -Yo no tardaré mucho igualmente.

Salió dejándoles solos a los tres. Ylenia miró a Ankar.

-¿Cuándo nos reuniremos? -Preguntó curiosa. Ember también se giró.
-Bueno... De aquí a Burmecia podemos hacernos como una semana a lomos de chocobo, haciendo cálculos básicos serían unos diez días hasta Kolinghen. Yo diría que, si todo va bien, en dos semanas podríamos reencontrarnos en el sur.
-¿No son muchos días? -Preguntó la maga negra. -Si vais rápido podríais llegar en diez u once días.
-No sabemos el estado de los caminos. -Explicó el albino. -Como bien dijiste, Burmecia es muy... húmeda, por decirlo de alguna manera, y sus caminos a veces son difíciles de transitar. Es mejor prevenir problemas en el camino que llegar a los sitios tarde. Además, como bien dijo Onizuka, el viernes es el día de muertos, así que habrá caravanas por el medio.

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La luz entraba por una de las ventanas del cuarto de huéspedes del templo, despertando a Dreighart. Sentía todo el cuerpo adolorido, y frotándose los ojos sentía que se cansaba todavía más, así que trató de desperezarse. Notó como tronaban sus huesos y bajó de la cama. El frío del suelo era como un bálsamo para su cabeza en el momento en que sus pies desnudos tocaban la superficie. Después, se dio cuenta de que estaba solo y en un lugar desconocido.

Miró alrededor. Había varias camas con un arcón cada una a sus pies, algunas sillas con escritorios y ventanas que iluminaban la estancia. Olía a flores y a césped recién cortado. En el arcón de su cama estaban su capa, su bolsa, su daga y sus botas, perfectamente colocado todo. Inspiró fuerte y trató de recordar qué había pasado para acabar ahí.

Soltó un quejido cuando le vino a la mente el vuelo hacia Quetzacoatl, y pensó en ponerle polvo picante a la comida de Onizuka como venganza, mientras se ponía las botas y se estiraba de nuevo.

Abrió su bolsa para ver si estaba todo, y sonrió al ver como habían guardado su garfio con cuerda. Tomó entonces una bolsita que no reconoció y, al ver su interior, se asombró. Sacó varias plumas de un amarillo dorado con vetas naranjas que al tocarlas se podía sentir cierta electricidad estática en los dedos. Sonrió. No esperaba poder conseguir plumas al desmayarse, pero se alegró de que pensaran en él.

Cerró la bolsa pequeña y la guardó en uno de los bolsillos secretos de su zurrón junto a las escamas de Leviathán y la larga trenza de cabello de Ifrit. De esa última estaba especialmente orgulloso, ya que nadie le vio llevarse un largo mechón del esper del fuego y lo trenzó con cuidado sin perder ni un solo cabello. Unido a las plumas del esper de la tormenta, tenía un recuerdo de cada templo.

Se colgó el zurrón y el cinturón con su daga y se puso la capa negra. Estaba listo para irse cuando un pinchazo en la cabeza le obligó a tocarse la frente. Tan rápido como vino el dolor, así se fue. Se miró la mano extrañado antes de encogerse de hombros y dirigirse a la puerta.

La abrió con lentitud, frotándose la nuca. Ese dolor era cada vez más persistente, pero aunque no duraba más de unos segundos era como un mazazo que lo aturdía. Y no le gustaría que le pasara durante un combate.

Bajó las escaleras para encontrarse con un salón de taberna bastante grande, pero mucho más limpio que cualquier posada que haya visto en su vida. La madera blanca del suelo lo sorprendía por lo limpio que se veía, y las mesas caoba se veían mucho más con el contraste de colores. No muy lejos de la barra estaban sentados Ankar, Lylth e Ylenia, la cual le hizo un gesto para que se acercara.

-Buenos días. -Dijo sentándose con ellos. Las salchichas con huevos revueltos que estaban encima de la mesa le abrieron el apetito.
-Tardes. -Dijo Lylth sonriente. -Ya pasamos de medio día.
-¿Y los demás? -Preguntó mientras le servían un plato y comenzaba a comer.
-Ya partieron. -Explicó Ankar. -Nos separaremos un tiempo, y nos reuniremos en Kolinghen en dos semanas, máximo dos semanas y media.
-¿Dónde iremos nosotros? -Preguntó el ladrón después de tragar.
-A Burmecia. -Contestó el albino. -Hay buen equipo en la Ciudad Montaña, y tengo que ver a ciertas personas. Ellos nos esperarán en Kolinghen, en la comarca del sur. Consiguieron encontrar una caravana que viajaba hacia allá y al menos no viajarán solos.

Asintió mientras todos terminaban de comer. Dreighart se dio cuenta de que los fardos de todos estaban listos a ambos lados. Bebió algo de cerveza antes de mirar a Lylth.

-¿Puedo preguntarte algo? -Ante el asentimiento de la chica, él se rascó la cabeza. -Últimamente no duermo bien, y que me lancen por los aires no ayuda en gran medida. Con decir que lo último que recuerdo es la electrocución...
-¿Quieres un protector mental?- Preguntó Lylth frunciendo un poco los ojos.
-No sé, nunca he tenido que ir con un mago blanco. -Confesó el chico.
-Entonces, tendría que hacerte un chequeo completo. -Respondió la maga blanca. -Ya se lo hice a todos los demás antes de que los otros se fueran, pero faltarías tú.
-¿Tardarás mucho? -Preguntó Ankar, pero ella sonrió.
-Puedo hacerlo en el camino, no hay problema. Solo son unas preguntas, físicamente ya tengo todos los datos que necesitaba.
-Perfecto entonces. Lo mejor sería que nos pusiéramos en marcha cuanto antes. -Ankar se levantó, y los otros lo imitaron. -Los chocobos nos esperan en la salida norte.
-Irás conmigo. -Dijo colgándose su macuto Ylenia. -A no ser que Lylth diga otra cosa.
-No habrá problemas. Puedo hacer mi análisis estando en otro chocobo sin ningún problema, mientras no vayamos corriendo para no mordernos la lengua. -Comentó Lylth con calma, pero cuando comenzaron a salir, miró a Dreighart seria, rascándose el labio con la uña. -Hay mucho por revisar... -Susurró antes de ponerse en marcha.

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El sol entraba por la ventana del camarote al empezar el nuevo día. Las nubes habían desaparecido, y el barco estaba flotando con suavidad sobre las olas una vez más sin encontronazos con la diosa del mar. Los graznidos de las gaviotas les indicaban que estaban próximos a tierra.

Estirado en el camastro, Lomehin miraba el techo de madera mientras sentía el calor de la chica sobre su pecho. Desde aquel día de tormenta habían dormido alternativamente en uno de los dos camarotes, y a esas alturas ese techo del cuarto femenino ya se le había hecho igual de conocido que el suyo propio.

Movió un poco su cabeza hacia el cuarto y sonrió. Las ropas estaban en el suelo, desordenadas y arrugadas. El primer día había sido todo risas, y aun sentía esa alegría. Pero todo tiene un fin. Si sus instintos no le fallaban, antes del anochecer habrían llegado a Tycoon, y sus caminos se separarían, quizás para no volver a cruzarse. La miró y acarició sus cabellos dorados hasta que ella soltó un suspiro y abrió los ojos, sonriéndole.

-Buenos días. -Dijo ella. -Creo que podría acostumbrarme a esto.
-¿A despertar en mis brazos?
-Si... y a todo lo demás. -Dijo la elfa sonriendo con gracia. -Dime. ¿Cuánto te pagan?
-¿Qué quieres decir?
-Que si eres mercenario, podría contratarte para que te quedaras conmigo.
-¿Tengo pinta de mercenario?
-Un poco.
-Pues tú tienes pinta de niña rica y mimada.
-¿Es por mi cabello?
-Yo creo que sí.

Ella se rio y se levantó. Su rubia cabellera casi no podía ocultar su cuerpo desnudo y menos cuando se lo recogió en una cola de caballo.

-Todavía no me has dicho tu nombre. -Dijo Lomehin, a lo que ella suspiró.
-Es cierto... y tu tampoco el tuyo.
-Me llamo Lomehin. -Dijo, pero antes de poder pensar, prosiguió. -Lomehin Nuitnight.

Ella se giró y sonrió radiante.

-Imara. -Respondió ella. -Imara Clarodeluna.
-Es un nombre bonito.
-El tuyo también, hijo del crepúsculo.

Él sonrió y se incorporó en la cama, sintiendo un placer doloroso después de la noche, y se levantó con ímpetu. Miró la ropa y se dio cuenta de que no tenía ninguna gana de ponérsela.

-¿Entonces? -Preguntó Imara. Él negó sonriendo.
-No lo soy... Ojalá lo fuera para que me contrataras.
-¿Pero?
-Pero tengo una misión por cumplir. -Confesó. -Aunque... al acabarla bien podría buscar a cierta elfa de cabellos dorados. -Dijo, y la miró sonriente.

Ella lo imitó y se levantó de la cama. Desnuda parecía tan alta como él. Pasó sus brazos por los hombros de Lomehin y lo abrazó por el cuello, besándolo con ternura. Él la correspondió acercándola desde la cintura, sintiendo sus cuerpos presionándose el uno con el otro. La ternura dio paso a la pasión como si fueran de paja bajo el sol, y volvieron a la cama lentamente.

-Búscame en Tycoon... -Le dijo ella entre gemidos. -Pero ahora... quédate conmigo.

Horas más tarde, con la ventana bien abierta, Lomehin estaba atando los cordones del corsé de Imara con cuidado. La primera vez que lo hizo le dio tantos tumbos que acabó furioso, pero se le quitó con las risas de la elfa. Ahora, aunque no era experto, al menos no la ahogaba o la movía como si fuera una muñeca... aunque a veces lo hacía solo por las risas.

Pero esta vez lo hizo lo más despacio y cuidadosamente posible, mientras ella se cepillaba el cabello dorado con cuidado. Al acabar, besó el cuello de ella mientras se apartaba para tomar su ropa. Tardó menos tiempo en vestirse él que Imara en ponerse su ropa de estilo domés.

Al acabar, salieron a cubierta juntos, y pudieron ver el puerto de Tycoon y el gran puente que llevaban a los peregrinos hasta el templo. Imara inspiró fuerte, y Lomehin la imitó. El olor a mar llenó sus pulmones.

-¿Quiénes son tus muertos? -Preguntó Imara de repente. Lomehin la miró extrañado. -Hoy es el día de los muertos.
-Oh... hoy es el primer día de Noc´Doom... -Cayó en la cuenta el caballero oscuro asintiendo. -No lo recordaba.
-Es fácil perderse estando en alta mar. -Dijo riendo la chica. -¿Y bien?
-Yo... -Lomehin se quedó un momento en silencio, pensativo, hasta que suspiró. -Mi madre... y mi hermana mayor.
-¿Qué les pasó?
-Mi madre murió en el parto. -Explicó Lomehin con algo de calma. -Mi hermana mayor... bueno, era una maga negra muy habilidosa... y eso desató las envidias y miedos de algunas personas que... la cazaron como a un animal.
-Es horrible... -Dijo Imara mirándolo triste. -Solo se me ocurre un lugar donde pueda pasar algo así. Cerca de Limblum, la comarca de los desesperados.
-¿No era Zozo el nombre de esa comarca? -Preguntó Lomehin curioso.
-Zozo es la ciudad junto a Limblum. La comarca sigue siendo llamada así. -Explicó Imara. -Y es donde más depravación hay de toda Gaia...
-Sí, lo comprobé cuando... murió mi hermana. -Contestó Lomehin, aunque no era del todo cierto. Miró a Imara. -¿Y los tuyos?
-Mis padres y hermanos. -Contestó ella mirando la ciudad. -Mi familia biológica, vamos. Murieron en la Guerra de las Sombras.
-Lo lamento mucho. -Dijo, y sintió que realmente lo sentía por ella. -Fue una época muy dura.
-¿Dónde te encontrabas tu en aquel tiempo? -Preguntó Imara tomándole de la mano.
-Yo... protegía un templo. -Contestó Lomehin con cautela. -Ya sabes, no solo somos cazadores arcanos los de mi orden, también protegemos a los magos que no pueden ir solos.
-Sí, es cierto... -Inspiró fuerte el aire del mar antes de hablar otra vez. -Volveremos a vernos. ¿Verdad? -Preguntó sin mirarle. Él esperó un poco antes de contestar.
-Me gustaría. -Dijo mirando la ciudad cercana. -Aunque quizás cuando vuelva ya estés casada.
-¿Tú crees? -Preguntó ella divertida.
-Puede ser.
-¿Me escribirás? -Dijo ella.
-No sé dónde vives.
-Entonces, mañana encontrémonos en el Barrio Blanco, el puente que va hacia el templo. -Dijo ella, y Lomehin la miró. -Así tendré otra oportunidad de verte.

El caballero oscuro volvió a sonreír, y asintió.

-De acuerdo.

La despedida fue rápida, reafirmando que se volverían a ver al día siguiente. Se besaron una última vez y el caballero oscuro vio como se iba hacia el norte, mientras él pensaba qué hacer. Se había sentido por primera vez realmente vivo en aquel viaje, y ahora que estaba en tierra sentía que sus vacaciones se habían terminado, y todo el peso de su misión regresaba a sus hombros. Pero ahora se empezó a cuestionarse su camino. Sus pies lo llevaron hasta el gran mercado comprando varias cosas y reponiendo sus pociones mientras preparaba su plan.

Se dirigió al puerto y se encontró con un pequeño restaurante donde pidió una rica sopa de marisco y un buen plato de pasta con pulpo mientras veía a lo lejos la isla del templo. Cuando se acercó la muchacha la paró un momento.

-Perdona, me he fijado que alrededor de la isla hay muy pocas embarcaciones. ¿Por qué es eso?
-¿Es usted turista?
-Peregrino, más bien.
-Ya veo... bueno, no se le llama el Templo del Viento por nada. Los vientos alrededor hacen muy difícil navegar por los alrededores. Solo los expertos más curtidos pueden hacer ese viaje.
-Imagino que los sacerdotes lo tendrán difícil para nadar entonces.
-Mucho. Pocos nadan, según me cuentan. -Dijo la camarera, mirando al templo. -Creo que hasta para pescar lo tienen difícil.
-Vaya... No parece que sea algo divertido vivir en el templo.
-No si te gusta nadar. -Rio la muchacha antes de irse.

Lomehin tomó algo de vino, pensativo. Había tenido la idea de ir nadando por la noche, sin levantar sospechas ni ser visto por los sacerdotes, pero si era imposible nadar para los nativos, mucho menos podría ir él, que no conocía las mareas del lugar. Eso le dejaba dos opciones, por tierra o por aire, pero lo último lo descartó casi de inmediato, ya que era terreno imposible para él. Y aunque pudiera tampoco lo haría. Si los vientos en la zona baja eran peligrosos, no quería ni pensar en la zona del Guardián.

Lo cual le dejaba solo el camino por tierra, el largo puente que unía Tycoon con la isla del viento. Lo miró desde donde estaba, maravillándose de la estructura. No esperaba que en Gaia hubiera la tecnología para levantar semejante puente con tantas dificultades climatológicas, pero por eso mismo le asombraba más. Calculaba que si lo atravesaba corriendo quizás tardaría una hora y media en llegar. Quizás si fuera en su chocobo, que debían estar dejándolo en el establo cercano en ese momento, llegaría antes... pero si iba a lomos del chocobo lo escucharían hasta los de sueño más profundo.

Pagó su comida y se dirigió al establo, donde encontró su montura. Le acarició el pico mientras pensaba su próximo movimiento, pero cuanto más lo pensaba menos factible le parecía entrar de incógnito. Nadar era imposible, volar también, y si de noche había guardias en el puente lo verían inmediatamente. Pagó al mozo y caminó con las riendas de su montura en la mano por las calles de la ciudad, hasta que se dio cuenta de que estaba frente al puente. Pudo ver los puestos y algunos guardias patrullando con calma. El reloj que compró en Narshe le indicaba las cinco de la tarde, pero estando en la época en la que estaban el sol no tardaría en ocultarse. Si quería hacer algo, debería decidirse en el momento.

Y sin proponérselo, vino a su mente la cara de Ankar. Sonrió algo triste al pensar que, si hubiera seguido con ese grupo, podría entrar sin problemas... Y entonces empezó a avanzar por el puente. No era nada extraño que algunos peregrinos pidieran asilo al templo, y por la noche podría entrar en la sala del guardián sin llamar la atención, recoger un pedazo del cristal e irse. Pensaba así porque seguramente el dragontino y los suyos le llevaban bastante ventaja, teniendo en cuenta que en el templo del mar ya habían ido antes que él, así que el cristal ya debe de haber sido destruido.

A mitad del camino se dio cuenta de otra cosa. Durante el viaje en barco con Imara se había vuelto a acostumbrar a la presencia de otros humanoides, y se dio cuenta de que estaba extrañando estar con amigos. Era una sensación extraña y familiar que no recordaba haber tenido nunca en su lugar de origen, pero no le desagradaba la sensación en si. Miró con curiosidad los puestos, y compró algo que le llamó la atención: Un libro sobre teología gaiana. El lomo era de cuero verdoso y las letras plateadas. Se fijó en otros libros, y compró uno de los muchos Grandes Grimorios, el libro sagrado de Gaia, y compró otro, pequeño. Cuando le preguntaron por qué no llevaba uno, él solo dijo que lo había perdido en el viaje.

Mientras caminaba leía el Gran Grimorio, viendo las grandes diferencias que había entre el libro sagrado de dónde provenía, y se maravillaba de una religión politeísta tan abierta como la que estaba descubriendo, aunque también sentía algo de envidia sana y un poco de lástima por los de su lugar de origen. Se enfrascó tanto en la lectura que se sobresaltó cuando un sacerdote lo detuvo con gentileza, y al mirarlo vio que estaba ya en los terrenos del templo, en la plaza.

-Disculpe, siento haberle sobresaltado. -Dijo el sacerdote, un alto elfo de cabellos castaños. Lomehin sonrió avergonzado.
-No, lo siento, me enfrasqué demasiado en la lectura. -Dijo él mientras levantaba el libro. El sacerdote sonrió bajando la mano.
-Lo imagino, es una lectura muy inmersiva. ¿Sois sacerdote de Doom?
-Sí. -Contestó sin dudar, y antes de poder darse cuenta, continuó. -Aunque algo oxidado en el camino de la magia.
-Oh, un embalsamador. -Se sorprendió el elfo. -Entre los tuyos es raro ver a uno de los de tu rama.
-Es cierto, pero si damos muerte con la espada, también podemos dar paz con el cuchillo. -Recitó el moreno, sorprendido de si mismo. Levantó la mano para estrecharla. -Lomehin Nuitnight.
-Alril Lunapálida. -Contestó el sacerdote estrechando su mano. -¿A qué debemos su visita?
-Estoy de peregrinación. -Contó el moreno. -Vengo a rezar en la cámara del cristal y a seguir mi camino. Pero hoy espero poder pedir asilo para descansar del largo viaje.
-Por supuesto, permíteme llevarte a la pensión del templo. -Dijo señalando hacia uno de los edificios.

Caminaron con calma hasta el edificio, con Lomehin pensativo. Cuando preguntó el elfo habló sin pensar, pero ahora que pensaba con calma se daba cuenta de que conocía los procedimientos de embalsamamiento y el cuidado de los cuerpos casi perfectamente, sin necesidad de haberlo estudiado... o al menos eso pensaba. Una vez dentro de la pensión el sacerdote lo sentó y habló con la mujer a cargo, se despidió de él y lo dejó solo. Una chica, casi niña, de cabellos dorados se acercó a él.

-¿Quiere algo para cenar? -Preguntó ella. Lomehin sonrió.
-Solo un poco de sopa, ya comí no hace mucho. -Le dijo, y abrió el Gran Grimorio.

Leyó con calma, dándose el tiempo para entenderlo bien. No tardó mucho en darse cuenta que era la misma religión que su padre le inculcó, pero también vio las diferencias con la otra religión. Cerró el libro y vio la sopa caliente con pasta. Sonrió y comió con calma pensando. ¿Y si esos conocimientos eran parte de su cada vez mejor disfraz? Le daba un trasfondo para camuflarse mejor, pero no entendía cómo lo contaminaba tanto, no solo con conocimientos, si no también con sentimientos.

Miró por la ventana, y todavía quedaba algo de luz. Terminó su sopa y se levantó, acercándose a la barra.

-Disculpe, señora. -Dijo, y la mujer rechoncha se acercó. -Quisiera ir a dormir temprano, el viaje ha sido algo pesado.
-Claro, aquí tienes. -Respondió ella dándole una llave con el número cuatro marcado en ella. -Estamos aquí para lo que necesites.

Lomehin sonrió y se fue tomando la llave. Le dolían las mejillas de tanto sonreír, y haber actuado tan condescendiente y amable con gente que no le importaba le resultaba tedioso. Él no se consideraba un hipócrita, si algo no le gustaba lo decía sin tapujos y no lo embellecía. Nunca tuvo que hacerlo, pero desde que estuvo con el niño empezó a sentirse más propenso a ser más correcto con los demás.

Entró en la habitación y dejó su macuto en la mesita de noche. Era un cuarto individual, algo raro en una pensión, pero era lo mejor para sus planes. Vació el contenido de la bolsa encima del colchón haciendo recuento de lo que iba a necesitar. Había gastado bastante, pero las pequeñas pociones moradas que había conseguido bien lo valían. Los separó a las tres del resto de objetos, y se cruzó de brazos.

¿Por qué se tomaba tantas molestias esta vez? Miró por la ventana y la respuesta vino sola. En los otros dos templos la población más cercana estaba a kilómetros de distancia, pero en esta ocasión estaban justo al lado de todo un reino, algo que podría hacerle peligrar su integridad física si le descubrían. Por lo tanto en esta ocasión debía actuar con mucha discreción. Y tuvo que buscar mucho hasta encontrar esas pócimas.

Se estiró en la cama después de recoger todo dejando las botellas sobre la mesita de noche, al lado de la cama. Su mente estaba intranquila por una misión de infiltración, pero no comprendía porqué estaba tan nervioso. Su plan era fácil y simple, y más con las pociones que había comprado pero algo le decía que estuviera alerta.

Frotó su rostro con las manos antes de levantarse y mirar las botellitas. Había gastado la mitad de sus ahorros en ellas, pero la fortuna le sonrió de que cada botella tuviera tres dosis, así que podría usarlas en otro momento. Miró de nuevo la ventana y se sorprendió de que ya era noche cerrada. ¿Se había quedado dormido sin darse cuenta?

Apagó la vela un momento y miró al exterior. La luz de la luna era toda la iluminación salvo unos pocos farolillos que imaginó eran las guardias del templo. Se giró hacía los frascos y tomó el primero, bebiéndolo. El sabor a zanahoria era demasiado evidente, así que casi tosió cuando tomó la dosis y dejó el cristal en el mueble. Carraspeó mientras hacía aparecer su armadura y repasaba mentalmente todos los sitios que pudieran hacer ruido, sabiendo de antemano que era una precaución innecesaria después de tomarse la segunda poción. Sus ojos empezaron a ver en la oscuridad tan claramente como si fuera de día, y mirando su reflejo sonrió al ver que sus ojos negros se habían vuelto amarillos como los de un gato. La poción estaba haciendo efecto.

Tomó la segunda poción y siguió haciendo movimientos ligeramente ruidosos. Pensó en lo útil que le hubiera sido que su cuerpo hubiera pertenecido a un sacerdote de la noche y no de la magia, ya que los primeros podían ver en la oscuridad, pero se alegró cuando los sonidos de su armadura se silenciaron completamente. Pisó con fuerza para comprobarlo, y al no emitir sonido alguno comenzó con su plan. Se tomó la tercera y más cara de las botellas, cerró la puerta con cerrojo y abrió la ventana mirando hacia abajo. Cuatro o cinco metros de altura no serían nada, así que puso un pie en el alfeice en el mismo instante en que este desaparecía. Saltó hacia el exterior y cayó en un perfecto silencio, y se escondió hasta que todo su cuerpo se desvaneció en el aire.

Las tres pociones que había comprado eran los hechizos para ver en la oscuridad, para desonorizar sus sonidos y para desvanecer su cuerpo. Dos de las tres fueron simples y medio baratas, pero la última había tenido que hablar con uno de los alquimistas del mercado negro, y era muy cara, más que todo lo que llevaba encima, y era la que menos duraba, por eso se la tomó al final. Pero no eran infalibles. Sus ojos veían perfectamente con poca luz, y no emitía sonido alguno, pero la invisibilidad no era tal. Si uno se fijaba bien podía ver como si estuviera al otro lado del cristal de una casa resguardada de la lluvia, y la propia agua hacía inútil ese hechizo. Sin contar con que todas sus defensas mágicas habían caído en picado como efecto secundario del hechizo desvaneciente.

El del mercado negro lo dejó bien claro. Un paquete de pociones para actividades deshonestas.

Sin embargo estaba más cómodo moviéndose que quieto en el cuarto de la pensión, y como no sentía nada de animadversión por los sacerdotes de ese templo prefería no tener que enfrentarlos. Era su trabajo al fin y al cabo, y eso lo respetaba.

Pasó a la plaza de la isla y se dirigió hacia el templo propiamente dicho, esquivando a los sacerdotes que iban haciendo guardia con las luces. Los evitaba porque si la luz le daba la distorsionaría y sabrían que estaba ahí, así que la discreción no estaba de más.

Subió las escaleras y al poner el primer pie dentro sintió la fuerza que había en el lugar. Notaba como dormía la guardiana y varias otras presencias por los alrededores. Varios espers estaban ahí, por lo que solo le quedó rezar a Doom de que no le vieran. Subió las escaleras en silencio total, pero cuando llegó hasta arriba el hechizo de transparencia desapareció. En el centro, debajo de donde estaba antes el cristal del viento, había una figura alta con armadura blanca de rodillas. Delante de la persona había una lanza corta y un escudo romboide. La armadura completa, blanca y dorada, cubría por completo su rostro y formas, por lo que Lomehin no podía adivinar si era hombre, mujer, humano o viera. Pero sus intenciones fueron claras cuando se levantó con las armas en ristre.

-Me avisaron de que alguien llegaría. -Dijo desde detrás del yelmo el paladín. Señaló a Lomehin con la lanza. -Luchaste con los sacerdotes submarinos. ¿Verdad? Ellos me hablaron de ti. -Bajo la lanza y esta se mantuvo derecha, pero lo que llamó la atención era lo que su contrario tenía en las manos: un pedazo del cristal del viento. -Esto me fue entregado por la Guardiana, es el único pedazo de cristal que queda, tu objetivo.
-¿Cómo sabes por qué vine? -Preguntó él con la voz distorsionada por el yelmo.
-Ha habido otros como tú. -Contestó el paladín con frialdad, guardando el pedazo del cristal y tomando la lanza. -Otros que ansiaban el poder de los cristales. Para su oscuro señor... para riquezas... para la vida eterna... Muchas son las razones por las que venden sus almas. Todo a cambio de un pequeño sacrificio. Pero no llegarás, oscuro, a ver realizado tu deseo. -Se puso en guardia, y Lomehin podía sentir la fuerte presión que aquel guerrero emanaba. -Porque hoy morirás en este templo.

El caballero oscuro sacó lentamente su espada y la tomó con ambas manos. En otras circunstancias se habría mofado del paladín y le hubiera dicho que si no llamaba a más como él no podría ni rozarle, pero en ese momento se lamentaba de no tener un buen escudo a mano. Para manejar una lanza con dos manos se requiere fuerza y habilidad, pero para hacerlo con una mano... o la lanza era más ligera, cosa que dudaba, o el paladín tenía una fuerza increíble en su brazo. Debería evitar a toda costa que le golpeara, no fuera a ser que le atravesara a su armadura y a él mismo.

El viento sopló haciendo que sus capas se azotaran contra ellos mismos. Nunca había sentido que su capa le molestara tanto, pero un movimiento en falso en ese momento hubiera sido fatal. Sus ojos todavía estaban bajo los efectos de la poción, por lo que todavía veía perfectamente con la poca luz que tenía, pero sentía que todo a su alrededor se desvanecía.

Un trueno a la lejanía hizo que ambos se lanzaran al ataque. El golpe de Lomehin fue detenido por el escudo del paladín, pero pareció sorprenderse al recibir con fuerza el embiste, pero la fuerte lanzada del blanco caballero hizo que se moviera a tiempo para evitar que atravesara el vientre del moreno. La velocidad del paladín contrastaba con la fuerza del Caballero Oscuro, y por cada golpe que se daban un chorro de sangre teñía el suelo del templo.

El paladín se apartó de un salto y un aura turquesa lo envolvió, pero Lomehin levantó una mano y le lanzó un rayo que impactó en el pecho del blanco. Este gruñó y haciendo girar su lanza un fuerte vendaval se levantó en dirección donde el moreno se empezaba a cubrir de oscuridad. Los vientos cortantes laceraban su piel, y apretando los dientes se dirigió corriendo a su contrario. Desde el momento en que la Umbra de Doom aparecía, su energía vital disminuía a la par que la oscuridad le brindaba poder, así que debía acabar rápidamente con el siguiente golpe. Descargó un fuerte corte que partió el escudo en pedazos pero no pudo golpearle al de blanco de puro milagro. Un aura blanca cubrió al paladín y descargó un fuerte golpe contra Lomehin, haciéndole sangrar, y ambos saltaron hacia atrás.

-Acabarás cayendo. -Dijo jadeante el paladín.
-¿Tú crees? Yo pienso que estamos parejos. -Contestó el caballero oscuro igual cansado y sujetándose el corte del vientre.
-Quizás, pero yo puedo curarme y tu no.

Acto seguido el aura turquesa volvió al paladín, y Lomehin chasqueó la lengua... Pero tomó su espada y pasó su mano por la hoja, y esta se volvió roja como el fuego. Si pensaba ganar con facilidad, iba a llevarse una sorpresa.

Salió corriendo hacia el blanco, y pudo conectar su espadazo. Inmediatamente notó como la habilidad que usó surtía efecto, y el paladín miró hacia la herida del de negro con extrañeza.

-Arma sangrienta. -Explicó Lomehin con una sonrisa que no podía ser vista. -Por cada gota de sangre que derrame al golpearte, mi espada la absorberá y me la dará a mí. No creas que no puedo curarme.
-Ya veo... entonces esto será una batalla por ver quien se agota antes.

El combate siguió. Una sombra blanca y una sombra negra con chispas doradas en el centro y chorros de sangre a los alrededores de ambos. Poco a poco comenzaron a cansarse, y los efectos de la poción se desvanecieron cuando el sol comenzaba a salir por el este. El cansancio y los nervios estaban haciendo mella en el caballero oscuro, y su armadura ya tenía demasiados espacios por los cortes de la lanza del paladín. Estaba siendo la batalla más dura que jamás había tenido, pero debía acabar con ella lo antes posible.

La oscuridad lo envolvió hasta dejar solo una silueta de sombras, y golpeó con tanta fuerza que partió la lanza del paladín y le hubiera roto la cabeza si no hubiera saltado hacia atrás, pero el yelmo se le dañó por el ataque y llevó su mano para quitárselo, algo que Lomehin aprovechó para correr hacia él y darle el golpe de gracia, pero se detuvo al ver el rostro libre del paladín.

Era el rostro de Imara.

Esa décima de segundo fue lo que necesitó la paladín para enterrar la hoja de su lanza rota en el costado del caballero oscuro, y lo lanzó al suelo de una patada. El dolor le recorrió entero y sintió la sangre en la boca, y en el suelo supo que, contra todo pronóstico, había sido derrotado.

La Umbra de Doom desapareció por completo, y sintió cada uno de los cortes que Imara le había regalado en el combate, y la propia bendición de la diosa de la noche también le estaba afectando a sus propios nervios. Conforme sentía el dolor también sentía otras cosas. Alegría por el hecho de que Imara no hubiera muerto. Tristeza por morir tan lejos de su casa. Rabia por no poder llevar a cabo la Peregrinación. Certeza de saber, en ese último momento, de que debía haber ido con Ankar y los demás.

Imara estaba sobre él y lo miraba con dureza. No había odio ni desprecio, solo dureza.

-Veamos antes de matarte el rostro monstruoso del servidor de los demonios. -Dijo ella agachándose, pero con dificultad el moreno tomó la mano de ella.
-No sirvo a los demonios... -Dijo él cansado. Ella frunció el ceño. -Solo sirvo a un bien mayor, para ayudar a los que llegaron antes que yo.
-¿Qué quieres decir?
-Me encargaron la búsqueda de los cristales y conservarlos en los brazaletes que llevo. -Dijo Lomehin con dureza. Pero suavizó la voz con una sonrisa invisible. -Por si el grupo de la peregrinación fallaba o necesitaban ayuda... Pero seguramente no me necesiten más. -La miró a los ojos desde su yelmo. -Perdóname, Imara... Pero creo que tendré que faltar a nuestra cita de mañana...

La elfa abrió los ojos sorprendida, y le quitó el yelmo con la otra mano, lanzándolo lejos. Lomehin sintió casi como si le arrancaran el cuero cabelludo por la sangre pegada al casco, pero la sorpresa de la chica hizo que no pensara en eso.

-Lomehin... -Susurró, y se puso de rodillas a su lado. -¿Por qué no me dijiste...?
-¿Mi misión? -Él sonrió cansado. -No me habrías creído. -Tragó saliva. -Al fin y al cabo tengo todas las características que dijiste... ¡Ah! ¡Dioses! -Gritó cuando Imara arrancó la lanza. La sangre salió a borbotones.
-Perd... perdona... -Se excusó la chica, y comenzó a curarlo con la luz turquesa. Se quedaron en silencio unos segundos. -Es la segunda vez que sangras por mi culpa.
-¿Por qué me estás curando? -Preguntó extrañado el caballero oscuro. Ella se quedó en silencio. -¿Y si te mentí? ¿Y si solo espero la oportunidad para rematarte?
-Alguien que juega con los niños como tú lo hacías no pudo haber vendido su alma... -Contestó la paladín, concentrada. -Y tus ojos... nunca mostraron maldad...

Lomehin la miró extrañado, y se dejó caer, completamente derrotado. En cierto modo sí le había mentido, ya que tenía la total certeza de que Lemnar no lo había enviado por el motivo que había dicho. Pero algo dentro de él decía que eso era exactamente lo que estaba haciendo. No era siquiera un pensamiento... podría decirse que era más bien un instinto.

Y fue el instinto lo que le avisó de que alguien venía por las escaleras. Ambos miraron y vieron llegar a varios guardias del templo, incluyendo al elfo que le dio la bienvenida al llegar al templo.

-¿Todo bien? -Preguntó una chica viera acercándose a los dos. -Escuchamos sonidos de pelea, mi señora.

Ambos se miraron, e Imara sonrió.

-Sí, hubo una batalla. -Contestó la elfa. -Una criatura demoníaca vino a atacar el cristal mientras yo meditaba y me atacó, y llegó este caballero a ayudarme, pero se llevó la peor parte.

La viera vio a Lomehin.

-¿Quieres que te ayude?
-Solo a llevarlo. -Dijo la rubia. -Yo me ocuparé de su curación.

Entre varios pudieron llevar a Lomehin hasta un cuarto bastante amplio del templo, y lo dejaron a solas con Imara, que se quitó la armadura y la ropa llena de sangre, quedando desnuda delante del moreno. Él la miró y vio las heridas que le había proporcionado.

-¿Por qué dijiste eso?
-No... no lo se. -Contestó ella sacando un paño, mojándolo y quitándose la sangre de su cuerpo. -Si hubiera dicho que estábamos luchando, te habrían linchado.
-Es lo que merezco...
-No digas eso. -Le amonestó ella, y cuando terminó se acercó, desnuda como estaba, a él y le empezó a quitar la armadura. -Dejé tu equipo hecho unos zorros.
-Y no conozco a ningún buen herrero... -Dijo él sonriente, pero la armadura estaba realmente en muy mal estado.
-¿Dónde dormías? -Preguntó ella dejando las piezas de protección en el suelo. -¿Tienes equipo de reserva?
-No, no tengo... estaba en la pensión. En mi bolsillo tengo la llave.

Imara metió la mano y sacó la llave, se puso un camisón y abrió la puerta, saliendo. Lomehin aprovechó para ver el cuarto. La cama era grande, con dosel, sobre una alfombra wutareña muy cara. Las ventanas tenían una cristalera de colores con mosaicos sobre pájaros, con cortinas gruesas de color verde jade. Seguramente para evitar que entre el sol desde el este y el frío en el invierno. O muy lejos había una chimenea apagada con una mesa delante acompañada de dos sillas. En las paredes había cuadros muy bellos de paisajes y algunas armas y armaduras expuestas. Un enorme armario estaba frente a la cama con dosel, de un diseño hermoso de estilo élfico.

Trató de levantarse, sintiendo el dolor en todo su cuerpo. Se quedó sentado en la cama, mirándose. Todavía tenía sus ropas, pero le daba miedo, ya que estaban pegadas a su cuerpo por la sangre de sus heridas. Aun le dolía la cabeza de cuando Imara le quitó el yelmo...

La elfa entró de nuevo, pero lo hizo acompañada de algunos sacerdotes que traían una bañera y agua en cubos. La pusieron delante de la chimenea y la llenaron, y se fueron sin decir nada.

-Tus compañeros no están muy contentos... -Comentó Lomehin. Imara sonrió.
-Es que los has dejado en ridículo al haber llegado antes que ellos. -Dijo ella, y el moreno vio como dejaba unas ropas oscuras en la mesa. -Ellos debían proteger el templo y un extraño lo hizo por ellos. Ven, vamos a la tina. -Dijo mientras lo ayudaba a levantarse.
-¿Con ropa y todo?
-¿Quieres que te la quite llena de sangre seca?
-Touché...

Cuando su cuerpo tocó el agua casi gritó del dolor al notar las heridas todavía abiertas ardiendo, pero gracias al agua caliente la elfa pudo quitarle la ropa con más facilidad sin dolerle tanto.

-Esta agua huele a flores. -Dijo Lomehin cuando pudo volver a hablar. Sentía todavía como sus heridas ardían pero ya era tolerable.
-Son hierbas fuertes para poder curar heridas profundas. -Explicó Imara mientras quitaba las rotas vendas de tela más pegadas. -Las plantamos en el Templo como medida preventiva, por si la magia no es suficiente.
-Es una medida extraña en un mundo mágico. -Comentó el caballero oscuro apretando los dientes al sentir como lo estaban pelando como a una patata hervida. Imara asintió.
-Muchos piensan así, pero hay varios que no pueden permitirse los servicios de un mago blanco, sobre todo entre los más pobres. -Explicó ella echando más agua sobre el hombre. -Las zonas de los suburbios de la capital están controladas por cárteles que monopolizan el mercado de la magia blanca, y nosotros tratamos de ayudar como mejor podemos.
-Siempre hay almas podridas. -Dijo Lomehin después de ver que no tenía más ropa pegada, y suspiró de satisfacción.
-Queremos solucionarlo, pero no se exactamente cómo. -Explicó ella dejando la ropa rasgada a un lado y miró al moreno. -Creo que la ropa que elegí te irá bien.
-Hay una manera de acabar con el cártel. -Dijo él serio. -Es rápido y fácil.
-No puedes solucionarlo todo a base de espadazos. -Respondió ella riendo.
-Depende de la espada y de quién la empuñe. -El caballero oscuro se tocó la herida de la lanza, sintiendo en sus dedos la sangre coagulada. -Dejará cicatriz.
-Lo siento...
-No tienes porqué. -Le sonrió él. -Aunque debería haber ido con los demás.
-¿Te refieres al grupo de los cristales? -Preguntó la elfa, y él asintió. -¿Los conoces?
-Conozco al líder, Ankar. Es un dragontino de cabello blanco. -Explicó mientras se miraba el resto de heridas bajo el agua ya oscurecida. -Es un buen hombre, luchamos juntos contra Ifrit.

Imara se quedó en silencio mientras dejaba la ropa sucia y destrozada de Lomehin en una cubeta y traía otra con agua limpia. Echó algo de agua en la cabeza del moreno y con las manos le empezó a quitar los coágulos del cabello.

-¿Te vas a ir pronto? -Preguntó ella.
-Debo llegar al Templo del Árbol Eterno. -Respondió él serio. -Quizás con un poco de suerte encuentre a Ankar y a los suyos.
-... Se han separado.
-¿Qué quieres decir?
-Las personas de la posada me lo dijeron. Se separaron en dos grupos, uno se fue a Burmecia y el otro los esperaría en Kolinghen.
-¿Sabes en qué parte de las comarcas?
-Creo que a las capitales. El albino fue a Burmecia.

El agua que ella le echó de nuevo en la cabeza lo tomó desprevenido, pero ya no tenía dolores en las sienes ni en el cuero cabelludo.

-Podrías quedarte. -Dijo ella, pero no tenía fuerza en sus palabras.
-Sería muy agradable. -Confesó Lomehin, dándose cuenta de que era verdad. -Podría entrenar reclutas para el templo, y estaríamos juntos todas las noches.
-Pero no lo harás. -No era una pregunta.
-Sabes lo importante que es mi misión...
-Algo más te preocupa.
-Si... El que me dio la misión no es de fiar. -Respondió al final él.
-Te dio otra misión.
-No exactamente, pero... creo que espera otra cosa de mi.
-¿Y cuál es el castigo por no llevarla a cabo?
-Seguramente la muerte.
-¿Y no hay forma de evitarlo?
-Quizás si estuviera con los demás...

Se quedaron callados mientras Lomehin salía de la enorme tina de agua, y mientras se secaba solo escuchaba el crepitar de la chimenea. Al girarse, Imara le dio unas prendas negras y verdes.

-Me sentiría más tranquila si no fueras por toda Gaia tu solo. -Comentó ella sentándose y vistiéndose. Lomehin asintió.
-Llevó demasiado tiempo viajando solo. -Confesó el moreno. -Hay cosas que es mejor hacerlas en grupo.
-¿Cuándo te irás...?

El caballero oscuro miró a la paladín, la cual tenía un camisón reforzado y un pantalón de color verde con bordes dorados. Le resultaba tan extraño ver esa enorme femineidad en una mujer que hace unas horas luchaba a muerte contra él, pero sonriendo se acercó a ella para apartarle un mechón rebelde de cabello. Ella se ruborizó hasta las orejas.

-Tres días. -Dijo él. -En tres días me marcharé para encontrarlos en el río entre las comarcas de Burmecia y Kolinghen.
-¿Qué harás mientras?
-Voy a ayudaros con ese cártel. -Dijo con una sonrisa peligrosa. -Al menos eso te debo.
-No puedes matarles. -Dijo Imara riendo de nuevo. -Va contra la ley.
-¿Y si es por una recompensa? -Preguntó él. -La cosa cambia. ¿Verdad?
-¿Y qué recompensa quieres? -Preguntó ahora ella.
-Eso te lo digo después. ¿Quieres venir? Te aseguro que será provechoso.
-¿Y el cristal?
-Puedes dármelo después.

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Tres días después, Lomehin estaba preparando su chocobo en los terrenos del templo cuando el amanecer todavía no despuntaba. Habían hecho ejercicio de varias formas diferentes y había conseguido nuevos suministros, pero su armadura había acabado destrozada por el combate con Imara. Había estado buscando un herrero para repararla, pero no habían expertos en ese tipo de herrería en la capital. Le habían explicado que tanto en las fronteras de Tycoon como en las comarcas de Burmecia y Kolinghen tenían mayores conocimientos de las armaduras de caballeros oscuros que en la capital del viento, así que debería buscar ahí, pero hasta entonces debería ir sin armadura.

Sintió un movimiento detrás de él, y al mirar se encontró a Imara con el cabello suelto bailando al viento con su vestido domés verde y dorado. El mismo que tenía cuando se conocieron.

-No te gustan las despedidas. ¿Verdad? -Preguntó ella. Él sonrió triste.
-No me gustan las palabras tristes. -Contestó suspirando, y puso los brazos en jarras. -Nunca me han gustado.

La elfa se acercó a él y tomó las manos de Lomehin. Él sintió un objeto en ellas.

-Un regalo de despedida. -Dijo Imara, y al mirar, vio una figura de un halcón con una cadena. -Les pedí a los herreros del templo que la forjaran para ti, pero para darle las propiedades oscuras deberás encontrar a la persona adecuada, y aquí en la capital no las hay.

Lomehin tomó el dije y lo observó bien. La cadena era gruesa y fuerte, y el colgante del ave tenía las alas extendidas en dirección a la cadena. Se lo puso y activó el objeto mágico, y su cuerpo fue cubierto por una luz cálida para dar paso a una nueva armadura. Tenía hombreras anchas hechas de un metal oscuro, con bordes dorados, y su yelmo era bastante simple pero con dos alas emplumadas. Se miró los brazos para descubrir que sus brazaletes estaban sobre sus guanteletes.

-Es magnífica. -Le confesó él, y tocando su pecho con los brazaletes la armadura, esta desapareció. -Es un regalo espléndido. Muchas gracias.
-Esto es todo lo que puedo hacer después de haberte roto la armadura.
-Pensé que era la recompensa por encontrar a esos bastardos.
-Ya te di esa recompensa. -Dijo Imara riendo, pero luego se puso seria. -No esperaba que fueran tantos...
-Tienes razón, y me escama todavía muchas cosas que vimos en su guarida. -Secundó Lomehin serio también. -¿Informarás a la guardia de esto?
-Debo hacerlo, pero no lo haré con la guardia. -Sonrió sin gracia la chica. -Mi puesto me permite hablar con la gente más adecuada, como la duquesa Sarisa, la hermana de la reina.
-Ya veo, tener título hace las cosas más fáciles. -Dijo él sonriendo.

Fue entonces que el viento se levantó en los terrenos del templo, haciendo que su capa se moviera furiosamente junto al largo cabello de la elfa. El sol estaba empezando a iluminar débilmente el lugar, dándole el aspecto feérico de un cuento de hadas. Lomehin inspiró fuerte, y miró a Imara.

-Es la hora. Ragnarok me manda una señal con esa brisa.
-Ten cuidado con esos malnacidos. -Dijo la elfa seria. -Estoy segura de que habrán más en otro lugar, y que hayamos acabado con los de Tycoon seguramente habrá activado sus alarmas.
-Me preocupa más Ankar... -Le confesó el caballero oscuro sacando de su zurrón lleno un colgante que había conseguido en la última escaramuza. -Esta gente parece tener algo en contra de los dragontinos y los dragones.

El colgante en cuestión lo había arrancado del cadáver de un esclavista, y era una serpiente alada. Era un colgante gremial, de esos que los gremios de aventureros usan para identificarse, y en el reverso venía el nombre del gremio en cuestión.

WyrmSlayer. Cazadores de Dragones.

Según lo que Imara le había contado, cazar dragones estaba penado por ley salvo raras excepciones. En otras circunstancias podrían ser un gran aliado contra Lemnar, pero lo que había visto había hecho que los despreciara desde el fondo de su alma... al menos, a los participantes más activos de ese gremio. Las palabras de odio, el racismo, el clasismo que demostraban todos ellos... le recordaba demasiado al lugar de donde venía. Y no eran recuerdos agradables.

Guardó el colgante en su zurrón y se acomodó bien la capa y la ropa. Llevaba una nueva y larga daga a la espalda, casi parecida a una espada corta, y a su lado su fiel espada oscura. Tomó las riendas del chocobo y, cuando estuvo a punto de subir, Imara lo tomó del brazo.

-Prométeme que seguirás con vida.
-Te lo prometo.
-No me sirve solo eso.
-Te juro por los dioses que me mantendré con vida.
-¿Volverás?

Lomehin se quedó en silencio unos instantes antes de sonreír.

-Es más que probable.

La elfa, no contenta con sus palabras, besó a Lomehin bajo la luz del amanecer, mientras el sol iluminaba a la pareja y hacía brillar los brazaletes de él, con uno de ellos cambiado al material de jade en vez de metal negro, con una esmeralda adornándolo.