jueves, 24 de marzo de 2011

Capítulo III: El Comienzo.






Después de explicarle la misión a Angelus, Ankar permaneció un rato mirando en la dirección en que la muchacha, Ember, había partido. Le había dado una buena impresión, pero lo que había oculto en ella... En su interior sentía saberlo, pero no era capaz de sacar tal conocimiento a la luz.

-Da igual. -Pensó finalmente. -No tiene sentido pensar en eso, es una invocadora de raza, eso lo pude sentir hasta yo. En parte... Compartimos condición.
-Hijo mío, tú eres un Semiesper, no un invocador.
-Lo sé bien, madre. -Respondió el dragontino mentalmente. -Soy un Semiesper criado por un dragón... No, fui criado como dragón entre dragones. -Se corrigió finalmente. -Gracias a ti.

Angelus parecía sonreír, y bajó la cabeza hasta el suelo, dejándola descansar ahí. Ankar apoyó la espalda y la cabeza en el cuello de la dragona, y se quedó mirando el cielo. Recordaban ambos sus vivencias juntos.

Ankar fue alimentado con la sangre de sus padres dragones cuando era bebé. Su madre incluso, con la capacidad de transformarse en humana, le dio de mamar como si fuera su madre real. Esos simples actos, tan cotidianos, hicieron que su cuerpo se modificara. Sus cabellos se volvieron blancos, como los de su padre dragón al volverse humanoide, y sus ojos, que originariamente eran ambarinos, se volvieron verdes como los de Ángelus.

El silencio se instauró un rato, hasta que habló.

-Madre...
-¿Sí?
-¿Crees que podremos vencerle?

Angelus miró a su hijo adoptivo por el rabillo del ojo, y dejó escapar el aire por la nariz; era su forma de suspirar.

-El rey tiene razón y lo sabes.
-Sí, sí. ¿Pero qué piensas tú de todo esto?
-Una parte que no me enorgullece de la naturaleza de los dragones es que somos vengativos... Aunque, también, esa venganza no siempre es inútil.
-Te prometo que le venceré, madre. -Ankar inspiró profundamente, intentando armarse de valor para la misión que tenía enfrente, y su seguro encuentro con Lemnar. -Te prometo que... ¿Qué es eso?

Ankar se irguió rápidamente y comenzó a mirar a todas partes. Sentía que alguien se acercaba, el portador de una enorme sed de sangre. De pronto, al fondo de la carretera que sin entrar en Baron llegaba al área de aterrizaje de los drakos, vio la figura de un hombre combinada con la de un ave.

-¿Onizuka? -Comunicó Ankar inmediatamente. -¿Ya estás llevando a Highwind a la espalda de nuevo?

El hombre-ave frenó de golpe frente al dragontino, sonriendo de manera macabra, y soltó al chocobo, el animal que llevaba a su espalda, en el suelo sin miramientos. Luego sacó la espada que llevaba a la espalda, una katana, y golpeó con ella la que llevaba Ankar. Ambos se miraron, en silencio, hasta que el recién llegado no pudo aguantar más y comenzó a reírse a carcajadas.

-No has cambiado nada, Einor.
-¿Tú estás loco o qué? -Recriminó mentalmente el aludido. -Atacar a un dragontino así, sin motivo aparente, en mitad de Baron, donde se sabe que es el mejor lugar para entrenarlos después de Burmecia...

Onizuka, por toda respuesta, siguió riendo a carcajada limpia.

Angelus los miró mientras recordaba. Su pequeño y el joven samurái se habían conocido varios años atrás, durante una misión, y se habían hecho amigos, viéndose desde entonces muchas veces más en muchos otros viajes. El espadachín, antiguo ciudadano de Doma, era poco más alto que Ankar, más fornido y moreno, y poseedor de una corta cabellera pelirroja y una perilla del mismo color. Su ojo visible, de color amarillo, era el que le daba el aspecto más fiero y cómico, más que su inseparable chocobo albino o su vieja armadura. Recordó en ese momento la primera impresión que había tenido de él, años antes, por su olor a demonio, y lo que había pensado después al verlo llevarse tan bien con Ankar. Para ella, ver a los dos jóvenes juntos era similar a ver a sus pequeños dragones jugar.

Con otro de sus suspiros, volvió a centrar su atención en la charla de los dos hombres.

-¿Una misión?
-Sí. Me han encargado ir a los templos para... -Ankar cerró su mente. No podía decir "para ir a destruir los Cristales", porque entonces cualquiera estaría en su justo derecho de denunciarlo o incluso ajusticiarlo ahí mismo, por muy orden del rey Cecil que fuera. -Tengo que ir a ver los Cristales. El rey teme que algo los esté amenazando.
-Ah, mola. -Ankar lo notó con solo mirarlo, y admitió para sí mismo que tampoco su amigo lo ocultaba; Onizuka no estaba muy convencido. Se le ocurrió entonces una idea. -¿Y?
-Hay que buscar seis templos, consiguiendo el permiso de los guardianes y enfrentando monstruos.
-¿Y?
-Los guardianes no se rinden sin luchar, y los monstruos se hacen más fuertes con el debilitamiento de los cristales.
-Ajá...
-¿Te apetece venir? No creo que te vayas a aburrir, así que...
-¿Has dicho que los guardianes son fuertes, no?
-Sí.
-¿Y que los monstruos también son fuertes?
-Sí.
-¿Y qué te han mandado a ti solo a pasártelo teta, matando bichos a diestra y siniestra, a mostrencos que están en el mundo desde hace siglos y que casi nadie ha visto y pasándolo de puta madre, como ya he dicho?
-En principio sí, aunque me han dicho que si encuentro algún compañero de viaje no hay problema en que venga... ¿Te apuntas?

Onizuka abrió desmesuradamente su ojo y, sujetando a Ankar por los hombros, comenzó a zarandearlo.

-¡Joder, macho! ¡Tienes que estar de coña! ¡Que me despellejen vivo si me quedo! ¿¡Cuándo nos vamos!?
-Pues... -Ankar se soltó con delicadeza del agarre de Onizuka. -No nos iría mal que un mago blanco... -Onizuka lo miró acusadoramente. -Bueno, o una maga blanca, se uniera a nosotros.
-Pero podemos partir ya, ¿no?
-Sí, podemos partir cuanto antes.
-¿Y empezaremos por...?
-El Templo del Fuego Eterno. -Respondió una voz. Onizuka y Ankar se giraron para encontrarse con Kain. -Acabo de hablar con Cecil... Me ha dicho que te vayas lo antes posible, y me ha pedido que te dé esto. -El maestro dragontino le tendió un papiro enrollado y un zurrón de cuero al dragontino. -Es un mapa y una bolsa con provisiones: pociones, algunas colas de fénix, algo de dinero, comida y agua para la travesía del desierto.
-¿El desierto? -Exclamaron Ankar y Onizuka a la vez.
-Así es. El Templo del Fuego se encuentra en el desierto, al norte de aquí. Si partís ahora, yendo con Angelus... -Kain hizo un gesto de respeto con la cabeza. -Y con un chocobo, puede que lleguéis esta misma noche. Solo tendréis que aguantar el calor del día.

Los jóvenes suspiraron, Kain se rio.

-Solo una cosa, maestro. -Intervino Ankar en ese momento. -¿Sería posible pedir la ayuda de una maga blanca?
-Me temo que no, hijo. -Kain agachó la mirada, apenado. -Toda la gente de Rosa está ocupada en... tú ya sabes.
-Entiendo.
-Ah, sí, se me olvidaba. -Kain abrió la bolsa que colgaba de su cinto y sacó algo de ella. Era un anillo de bronce, con un dragón en su efigie, y un pequeño pergamino con la misma insignia. -Éste será tu salvoconducto para entrar en los templos. Lamento no poder ayudarte más, pero... Te deseo éxito en el cumplimiento de tu misión. Cuídate.
-Lo haré, maestro. Gracias.

Kain dio media vuelta y se marchó sin decir más. Samurái y dragontino se miraron.

-Así que habrá que cruzar el desierto, ¿eh? Será duro.
-Sí...
-Pero las hemos pasado peores.
-Cierto.

El pelirrojo se giró hacia la dragona, intentando adoptar una expresión inocente.

-Señora, con todo el respeto. ¿Quizá no le importaría cargarnos a mi chocobo y a mí? Ya que seguramente cargará con Ankar...
-Antes muerta, fíjate tú.

Onizuka comenzó a reír una vez más, y se quedó mirando las nubes.

-En todo caso, yo pensaba buscar un chocobo para el trayecto. -Comentó Ankar entonces. -Así que vamos iguales.
-Eso se dice antes, cabrón.

El dragontino comenzó a caminar hacia el establo de la ciudad, pero se detuvo al ver que su amigo seguía mirando el cielo.

-Las nubes transmiten tanta paz...

Ankar lo imitó y miró al cielo también.
-Eso es porque nunca has estado sobre ellas.

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Oscuridad. Todo es oscuridad. En ese mundo inexistente e inalcanzable para los humanos, allí, algo se mueve: una sombra, pero no una pequeña sombra, no la de un simple insecto, o animal, ni siquiera la de un humano; es la sombra de un coloso que se mueve entre la oscuridad. Sin embargo, parece que se detiene, parece que actúa como un animal. Olfatea el aire de esa realidad oscura y se estremece. Intenta huir, pero está paralizada y nota como tiran de ella.

Sale de allí, de ese mundo oscuro. Está en otro lado, en otro mundo. Se retuerce en un suelo negro y frío. Se retuerce, se encoge y se transforma. Siente como entra dentro de algo, algo que tiene brazos, que tiene piernas, y poco a poco se da cuenta de que tiene forma humana. Pero sigue retorciéndose en el suelo, temblando y gritando de odio y de dolor, y de repente una risa aumenta. El nuevo humano se detiene, mira y escucha.

-Al fin estás aquí.

Se levanta y encara al origen de la voz.

-¿Por qué me has traído a este... lugar? -La voz, surgiendo de su garganta, le sonaba extraña, acostumbrado a usar la mente para hablar y no unas simples cuerdas vocales.
-Cada cosa a su tiempo.
-Déjame volver. -No reclama, no ordena. Solo habla. La otra voz ríe desdeñosa.
-Quien me dio una misión aquí es el único que está por encima de mí, y tú lo sabes. Vamos a tener problemas, él lo siente y yo también, y no puedo llevar a cabo mi misión sin que lo que está bajo mi mano peligre. Por eso necesito un vasallo, un aliado; a ti.
-Dioses y dragones creéis saberlo todo. Este no es mi mundo. ¿Cómo esperas que pueda moverme? ¿Cómo esperas que llegue a los templos?
-¿Por qué no me iluminas? -La voz no denotaba sorpresa, simplemente algo de curiosidad.
-Acabo de decírtelo. Creéis saberlo todo, pero yo también lo sé. Lo siento.
-Me pregunto si no sería mejor acabar contigo, simplemente... -Dijo esa voz con gracia. Eso le enfureció a él.
-Soy necesario, y puedo ser peligroso. Puedo poner vuestros planes en vuestra contra. Pero aceptaré el encargo.
-Ni siquiera sabes cuál es.
-No necesitas decírmelo, Lemnar. Pero espero que ambos, tu señor y tú, sepáis que sacándome de allí habéis eliminado a uno de los protectores del otro lado.
-Puede ser. En cambio, tú debes saber que las cosas aquí no funcionan como en el otro lado, y que al ser yo quien te ha traído soy quien tiene poder sobre tu destino. Por eso tú serás mi caballero oscuro.

Lemnar extendió su mano, una enorme garra, y el cuerpo del humano se vistió de una armadura cuyo color oscilaba entre el morado más oscuro y el negro de la noche. En sus manos, además, se materializaron una espada y un escudo que parecían hechos de jirones de sombra.

-El nombre que usarás ahora será Hijo del Crepúsculo, o como se dice en la lengua de los Elvaan que tanto apreciaba tu padre, "Lomehin".
-Gracias. Ahora sólo necesito saber cómo engañar a un dragón.
-¿Y crees poder?

Lemnar sonrió, mostrando sus afilados dientes, y poco a poco comenzó a reír de nuevo. Lomehin apretó los puños, enfurecido, y se lanzó contra él. Cuando creyó haber desatado un fuerte golpe sobre su adversario descubrió, no sin estupor, que se encontraba abandonado en mitad de un desierto, sin nadie alrededor.


martes, 15 de marzo de 2011

Capítulo II: La Visita





Emberlei volvió a apartar un mechón violeta de su pálido rostro, mientras escrutaba al dragontino con sus ojos morados. El chico parecía extrañado, pero también algo apurado... Nada interesante. Sonriendo para sus adentros, volvió a centrarse en la conversación con la dragona.

-Entonces. ¿Eres una invocadora? -Preguntaba Angelus.
-Sí, pero... en fin, no sé. -Fue la vaga respuesta de la chica. -Tampoco es tan raro en la actualidad...
-Pero tú no sabes de quién desciendes... No sabes quién era...
-No hace falta decirlo. Ya lo averiguaré algún día.

Ember apartó la mirada y suspiró, mientras Ankar las miraba a las dos alternativamente.

-¿Cómo es que has empezado a hablar con ella, madre? -Oyó la joven maga la pregunta en su cabeza.
-Simplemente la vi, me llamó la atención por sus rasgos, y le pregunté de dónde venía. Y resultó ser una invocadora con sangre de algún ser especial, como ya has oído.
-Con lagunas de información...

El peliblanco se quedó pensativo unos instantes mientras la observaba de arriba abajo. La muchacha tragó saliva, incómoda por la situación.

-Hay algo... extraño en ella. ¿No sabes qué es, madre?
-No es nada extraño. -Espetó entonces Emberlei. -Y, como sé que no era tu intención sonar ofensivo, te pediré que para la próxima vez cuides más tus palabras.
-Te pido disculpas... -Ankar abrió desmesuradamente los ojos, mostrando cierta confusión por esa reacción, y Ember sonrió.
-¿Eres dragontino, cierto? ¿Pero cómo es que no llevas tu armadura?
-La llevaría, pero pesa mucho y uno se termina cansando... En fin...

El silencio se instauró entre los tres, que se dieron cuenta de que ya no tenían de qué hablar ni motivos para prolongar aquella situación, así que se despidieron afablemente.

-Bueno, supongo que tú tendrás alguna misión que llevar a cabo, y no quiero molestar a tu noble...
-Madre.
-Sí, bueno... Yo también tengo cosas que hacer, así que espero que nos encontremos de nuevo alguna otra vez.
-Lo mismo me gustaría a mí. Suerte con tus pesquisas.
-Lo mismo para ti. Adiós.

Cuando Emberlei se alejó, Ankar volvió a mirar a Angelus, esta vez con una actitud un poco más reprobatoria.

-Tú sabes quién es el padre de ella. ¿Verdad, madre? El Invocador... -Indagó. -Pero no se lo has querido decir... ¿Por qué?
-Porque ella está intentando averiguarlo por sí misma, y estropearle la sorpresa sería cruel. ¿Cierto? Su poder de la invocación viene principalmente de esa magia que da lo desconocido... Ahora, cuéntame qué ha pasado con el rey.
-Verás...

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La ciudad estaba a rebosar de gente, aún sin ser día de mercado, como clara muestra del crecimiento tras la guerra, y la dignidad de la capital del reino. El ambiente era alegre, de una alegría bulliciosa e inquieta, pero contagiosa, y pronto las preocupaciones de Ember pasaron a un segundo plano por ella, mientras se abría paso entre el gentío. Entre algunos empujones, preguntando y leyendo señalizaciones, la chica consiguió llegar a su destino: el gremio de Magos Blancos, también usado como hospital de la ciudad. Dentro del edificio no había rastro de la alegría del exterior: todas las camas estaban ocupadas por jóvenes heridos, algunos brutalmente mutilados, y todos los magos, maestros y aprendices, estaban ocupados con ellos. La chica buscó un asiento cerca de la entrada y esperó allí tras quitarse su capa roja. Pasaron algunos minutos, en los que se distrajo alisando y sacudiendo sus pantalones de viaje o jugando son su colgante, hasta que un aprendiz se acercó a ella para atenderla.

-¿Necesita algo, señorita? ¿Algún familiar enfermo, alguna poción especial?
-No, nada de eso, yo...
-Entonces no moleste. -El aprendiz era un hombre bajito, treintañero, con la cabeza tonsurada y un perpetuo gesto de mal humor en el rostro. -Estamos muy ocupados aquí con el accidente que tuvo un escuadrón dragontino el otro día, y estamos perdiendo algunos. Las colas de fénix no bastan. ¿Sabe? Y nos falta tiempo.
-Pero es importante, y solo será un segundo, de verdad. -Emberlei intentó seguir siendo amable, pero aquel hombre la sacaba un poco de sus casillas.
-Bien, ¿qué quiere?
-Necesito una audiencia rápida con la reina Rosa.
-¿¡Qué!?

El grito del aprendiz se oyó por todo el hospital, y un repentino silencio se instauró mientras varias miradas confluían en él, reprochadoras.

-Es imposible, es la principal sanadora y se está ocupando de los heridos más graves.
-Pero yo...
-Puede esperar más tiempo o pedir audiencia al rey Cecil.
-Pero necesito que sea con su majestad primero...
-¿Qué sucede, Mayffer? Me ha parecido oír mi nombre...

La mencionada reina apareció desde detrás de una cortina. Su piel, ligeramente bronceada, estaba perlada de gotas de sudor, y sus rubios cabellos largos se adherían ligeramente a ella. Su nívea túnica de maga blanca, además, se encontraba sucia de polvo, sangre y también por el sudor, pero aun así se reconocía en ella una enorme y elegante belleza. Observó a la chica unos instantes con sus ojos azules y luego sonrió, cansada.

-¿Me buscabas? -Le preguntó Rosa a Ember, antes de girarse hacia el aprendiz. -Vuelve con los demás, por favor. Yo necesito un éter, así que volveré en un momento.
-Como digáis, majestad. -El hombre se retiró con una reverencia.
-Ahora dime. ¿Cuál es tu historia?
-Necesito a alguien que me ayude a conseguir una audiencia rápida con el rey, o simplemente me indique cómo llegar hasta Eblan.
-¿Eblan? -Rosa miró a su alrededor, inquieta. -¿Por qué dices querer ir allí? Hay barcos que salen desde Tule, en el norte...
-Pero yo quiero ir al de verdad, necesito ver a alguien.
-¿A quién?
-A la invocadora que me pueda llevar hasta Leviathán.

La reina se quedó unos instantes en silencio y asintió, comprendiendo sus palabras, y se llevó la mano a la boca en un gesto instintivo de morderse las uñas, pero se controló cuando vio que alguien más entraba por la puerta.

-He traído un regalito para la... Vaya, Rosa, así que estabas aquí.
-No podías llegar en mejor momento, Kain. -Respondió la reina. -Necesito que me hagas un favor... -Se fijó en el paquete que él portaba. -¿Qué llevas ahí?
-Me he tomado la libertad de ir a buscar más éteres y pociones para ayudaros con mis chicos. ¿Cómo se encuentran?
-Hacemos lo que podemos.
-Ya veo... -Ambos bajaron la cabeza, apenados. Emberlei los miró un momento, sin decir nada. -¿Cuál es ese favor? -Preguntó finalmente en general, cambiando de tema.
-Llévala con Cecil, consíguele el Falcon y llévala hasta Rydia.
-¿Qué? -Kain miró a la reina como si se hubiese vuelto loca. -¿Estás loca?
-No es eso, es que... -Rosa miró a la chica, esperando que fuera ella quien acabara la frase.
-Soy invocadora, mi señor. Eso es lo que pasa. -Casi susurró la semihumana.

Kain permaneció en silencio, pensativo, hasta que finalmente tomó una decisión. Llamando a uno de los aprendices, le tendió el paquete de pociones y se dio la vuelta.

-En lo personal, no me parece que sea suficiente el ser invocador como respuesta, pero si Rosa lo dice, tú vienes conmigo ahora... -Un suspiro. -Vendré a verte más tarde, Rosa, por si puedo ayudar en algo.
-Tú también deberías descansar, pero gracias.
-No es nada.

Tomando a Ember de una mano, el dragontino la arrastró fuera. La invocadora se sintió sorprendida un momento, pero se dejó llevar, y caminaron hasta un lugar no muy apartado, pero aislado de oídos indiscretos.

Emberlei rio ligeramente al darse cuenta de esto. Recordaba las leyendas que se habían hecho circular ("El que busque una ciudad de fantasmas pasará sus días convertido en uno de ellos"), pero jamás les había dado importancia. Ahora, sin embargo, temía que estas personas las usaran contra ella para negarle el paso más importante de su búsqueda, lo que la había llevado hasta Baron.

-¿Qué es lo que quieres hacer, chica? Hay muchas invocaciones en el mundo como para que te centres solo en una...
-Lo sé, y más adelante los buscaré también, pero del maestro Leviathán busco algo más que un pacto.
-¿Ah, sí? ¿El qué?
-Una pista para encontrar a alguien.
-Ya veo... -Kain la observó, dándose cuenta de que ella no iba a continuar con ese tema. -Y crees que en Eblan...
-... Encontraré a la persona que me ayude a dar con él.

Kain guardó unos segundos de silencio antes de continuar.

-¿Has oído hablar de Rydia?
-Es una de las pocas Altas Invocadoras que existe actualmente... Aunque se rumorea que también la reina Garnet de Alexandria tiene las habilidades, no se sabe de nadie que haya llegado hasta el más alto nivel.
-Existen actualmente dos Altas Invocadoras en el mundo. -Corrige el Dragontino serio. -Y las has nombradoa a ambas... Por lo que entre los vuestros sí que estáis al tanto de las noticias. -La chica se encogió de hombros.
-Es lo que hay.
-Bien... Intentaré hablar con el rey Cecil para conseguirte una audiencia cuando pueda. ¿De acuerdo? Sin embargo, no te puedo asegurar cuando será esa audiencia. Como te dije, ser Invocador no es suficiente, sobretodo para mi.
-Entendido.
-Mientras tanto puedes pasear por la ciudad, si gustas, pero me gustaría poder localizarte o mandar a alguien para que lo haga.
-Me llamo Emberlei Oakheart... Y supongo que por el físico no habrá problema.
-Seguro que no.

Ambos guardaron silencio, mientras miraban disimuladamente alrededor por si alguien había prestado atención a su conversación. Al ver que no pasaba nada, se pusieron en camino, de vuelta hacia la multitud general.

-Te enviaré una respuesta cuando pueda. Diviértete mientras tanto.
-Eso intentaré. Gracias, señor.
-Hasta pronto.

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Dreighart corría por las calles de Kalm, su ciudad natal (o al menos así la consideraba: toda su infancia había vivido en la calle, por lo que Kalm era el único sitio que conocía). Aunque era un pueblo cerca de un bosque y de las montañas, justo al otro lado de las mismas se encontraba el famoso desierto de Gaia, por lo que tenía cierta tendencia a tener un clima un tanto caluroso y húmedo, aunque a veces, de repente, bajaban las temperaturas. Digamos que tenía lo que los estudiosos llamaban un microclima. Por eso, la gente de Kalm solía ir con ropa corta y ligera, más una fina capa para las rachas de frío del norte.

Al mirar atrás mientras corría por las calles que conocía como la palma de su mano, se encontró con la mirada enfurecida de tres soldados, que hacían todo lo posible por alcanzarle.

-¡Alto, en nombre del Gobernador! -Gritó uno de los soldados entre resuellos.
-¡El Gobernador me la trae floja!
-¡No escaparás con facilidad! -Gritó otro de los soldados.
-¿A esto le llamas facilidad? -Le respondió el chico mientras le enseñaba un trozo de queso.
-¡Si te cazamos, te lo vas a tragar entero!
-¡Gracias, pero para eso no necesito vuestra ayuda! -Respondió el joven mientras doblaba una esquina.

No pudo evitar reírse mientras entraba en uno de los muchos callejones de Kalm. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a que lo persiguieran. El trabajo de ladrón tenía sus riesgos, cierto, pero era mejor que morirse de hambre en las calles, o que te pagaran una miseria por deslomarte diariamente. Así había estado viviendo toda su vida y jamás habían conseguido ponerle la mano encima, y hoy no iba a ser diferente.

Al salir del callejón, apareció donde esperaba: en mitad del bazar de la ciudad, con la mayoría de la gente de la ciudad reunida, más los visitantes que habían venido a Kalm con motivo de la celebración anual por la fundación de la ciudad capital. Tras esquivar un par de puestos y a un par de clientes con cara de malas pulgas, empezó a andar normalmente mientras se ponía la capucha que ocultaba su rasgo más característico: una melena de pelo azul cobalto atada en una coleta.

Tras dar un par de vueltas para asegurarse de que no le seguían, llego a su cuartel general... una cochambrosa casa medio en ruinas a las afueras de la ciudad que compartía con sus dos amigos: Lidius y Juto.

Dreighart se quitó la capa y se estiró, notando como los músculos se tensaban debajo de su delgado cuerpo. Tenía una complexión más bien fibrosa, un poco delgado de más por verse obligado a comer mayormente de lo que llamaba comida rápida (agarrar algo y salir corriendo) pero estaba en muy buena forma. En la calle, al fin y al cabo, sólo se podía sobrevivir de esa manera, corriendo y luchando.

Suspiró mientras dejaba el trozo de queso en la única mesa que tenían, una que, como todo lo que había, la habían cogido después de que alguien decidiera deshacerse de ella. Se sentó en una de las tres sillas, mientras esperaba a que llegaran sus dos amigos.

No pasó mucho rato para que llegaran ambos. Lidius, un chico escuálido y menudo, pero con una mirada muy inteligente y una sonrisa siempre en su rostro, y Juto, un joven musculoso y serio. Ambos se sentaron en las otras dos sillas que quedaban libres, y dejaron en la mesa su parte: una hogaza de pan, y un poco de fruta.

-Bueno, parece que esta noche cenaremos ligero, chicos. -Dijo Dreighart mientras veía lo que había puesto sobre la mesa.
-Es una locura ahí fuera -Respondió Lidius mientras se echaba atrás con la silla, haciendo equilibrios. -Casi no podía andar sin darme de bruces con uno de esos estúpidos guardias.
-Por suerte, mientras estaban despistados contigo, yo pude coger la fruta. -Le dijo Juto a Dreighart, mientras le daba la vuelta a la silla y se apoyaba en el respaldo, a horcajadas.
-Ya... -Suspiró el peliazul. -Se nota que con el festival está Fogret empeñado en que los turistas no vean la... "parte sucia de la ciudad".

Todos miraron la frugal comida con aire de frustración.

-Ese seboso Gobernador me tiene hasta las pelotas. -Dijo Juto tras levantarse. -Si le pillara a solas, le retorcería el pescuezo como a una gallina.

Mientras hacía el ademán en el aire y Lidius se reía, Dreighart se quedó mirando al vacío, mientras acariciaba el colgante que llevaba al cuello. Lidius dejó de reír al ver a su amigo tan pensativo. Sabía que algo le estaba pasando por la cabeza, cuando el joven tenía en sus manos el colgante.

-Dreighart, ¿qué ocurre? Espero que no sea una de esas locas ideas tuyas.

La vista del peliazul se enfocó y, tras mirar a Lidius, esbozó una sonrisa de medio lado.

-Ay, madre. -Suspiró el fortachón al ver la sonrisa. -Allá va otra vez.
-No, no, no. Escuchadme un momento. -Respondió Dreighart mientras se levantaba. -Sabéis que día es hoy, ¿verdad?
-Sí, claro, cómo para no saberlo. -Le respondió Lidius. -Hoy es justamente el inicio del Festival del Aniversario de Kalm.
-Bien. ¿Y qué pasa la primera noche del Festival? -Preguntó Dreighart mientras señalaba a Juto.
-Se hace una cena en la casa del Gobernador con todos los nobles influyentes de la región. -Contestó de nuevo Lidius rascándose la cabeza. -En pocas palabras, estarán todos los peces gordos.
-Exactamente. Y todos estarán atentos a Fogret, porque ya sabes que la mayoría de los nobles son unos lameculos, y este idiota sale primero al blacón para dar un discurso. -Continuó Dreighart sin perder la sonrisa. -Dejando toda la sala del guardarropa sin vigilancia, y eso incluye abrigos y bolsas.
-Pero intuyo que no solo eso tienes en mente. -Comentó Juto cruzando las manos sobre la mesa, bastante serio. -¿Qué más tienes planeado?
-Como dijisteis, uno de mis locos planes. -Rió el de cabello azul. -Si nos sale bien, podríamos hasta comprarnos una casa.
-¿A qué hora tienes planeado empezar?
-La cena empieza a las diez de la noche, pero podremos utilizar los fuegos artificiales de la media noche para colarnos sin problemas. -Dijo Dreighart entusiasmado. -Venid, os voy a contar lo que vamos a hacer, además de lo que os dije...